jueves, 28 de enero de 2016

En pocas palabras - Félix Díaz, Claudia Isabel Lonfat & Sergio Gaut vel Hartman


—Es casi seguro que Leonardo da Vinci, Shakespeare, Newton, Freud, Einstein, entre otros, fueron extraterrestres —dije. 
Aristo me contempló con pena. Tengo fama de delirante y él es un respetable abogado, presidente del consejo y firme candidato a una banca de diputado en las próximas elecciones. Pero en esta ocasión no abrió la boca. 
—Imagino que Basko está utilizando una metáfora —terció Alicia, que no pierde ocasión para ponerse de mi lado; tiene dos ideas fijas: conquistar a todo macho que ande cerca y tirarlo a la basura luego de un breve período de uso intensivo. 
Pero parece que después de escuchar a Alicia, Aristo se decidió a hablar: —Yo creo que Basko quiere llamar la atención con sus teorías, digamos, poco serias, como para no utilizar algún epíteto que pudiera sonar peyorativo. En cuanto a las metáforas, mejor dejémoslas para los poetas. —Al pronunciar esas palabras, Aristo hizo gala de una dudosa piedad, cuando en realidad sabía muy bien de mis aficiones de gran provocador.
—Mi querida Alicia —dije con absoluta falsedad, muñido de la seguridad que da el poco interés en incursionar entre sus carnes—: me temo que el señor Aristo no cree en mí, más de lo que cree en Dios —agregué con impertinencia. 
—Dios es una metáfora superada por la ciencia —afirmó Aristo, y añadió—: Mi querido Basko, ¿en qué te basas para hacer una afirmación tan notoria? ¿O solo lo dices para provocar? 
—Sí, querido —añadió Alicia mirándome con ojos como una tigresa evaluando una posible presa—. Explica tus argumentos, por favor.
—Tengo pruebas —afirmé—. Poseo un libro donde se dan detalles sobre estos personajes. Detalles incompatibles con una hipotética humanidad. No son humanos —concluí.
—¿Y dónde guardas ese libro? —preguntó, ansiosa, Alicia—. ¿En tu dormitorio?
—Lo tengo aquí mismo —repliqué, y saqué un ajado volumen de mi bolsillo. 
Alicia y Aristo se abalanzaron sobre el ejemplar de Vidas y proezas de los nuestros que me había sido regalado por el kulitrón Junar'argar cuando cumplí trescientos años. Y lo hicieron con tan poca fortuna que sus cabezas chocaron con estruendo, quedando inconscientes en el acto. Ese fue el momento elegido por Martha Argerich, Judit Polgár, Haruki Murakami y Vladimir Putin para ingresar a la sala, sin sus disfraces humanos, claro. 
—Mi estimado Basko —me dijo Martha—, me gustabas más cuando eras Houdini y hacías tus trucos, sobre todo, el de muerto; una brillante estrategia para cambiar de personaje y dejar que ese pase a la historia.
—Martha, me gusta cuando te corres el mechón blanco de la cara con la misma pasión que acaricias las teclas, pero debo decir, que cuando fuiste Tamara de Lempicka y te ahorcaste con la bufanda, fue una salida magistral de escena —dije con admiración.
—Lo que no entiendo —acotó Vladimir, moviendo las orejas con visible preocupación— es qué sentido tiene revelar nuestra identidad a estos dos seres humanos.
—¿De verdad que no lo sabes, Vladimir? —pregunté, extrañado—. ¿O lo dices solo para provocarme, remedando mis propias conductas? Claro que tu personaje aún tiene años por delante.
Haruki se acercó, lleno de ansiedad, a ver el estado de Aristo. Judit hizo lo propio con Alicia.
—Están en perfectas condiciones —indicó el escritor—. ¿Quieres un poco antes de que yo lo absorba?
—Sabes bien que sí. Pocas veces puedo probar la carne humana.
Mientras Judit absorbía el cuerpo de Alicia, Haruki me dejó un trozo de Aristo; luego absorbió el cuerpo por completo.
Poco después, Alicia y Aristo se levantaron del suelo, masajeándose el lugar del choque de cabezas, pero incapaces de descubrir qué había ocurrido. A partir de ahora contamos con dos nuevos cuerpos operativos.

Acerca de los autores:



No hay comentarios:

Publicar un comentario