martes, 30 de junio de 2015

Nada dura para siempre - Marcelo Sosa, Luciano Doti & Ada Inés Lerner


Los tortolitos, todavía huyendo del marido cornudo, se refugiaron en un hostal viejo, casi derruido, un poco lamiéndose las heridas que él les había infligido, pero gozosos de estos momentos de placer, más bien lujuria, que les deparaba la soledad. Nada dura para siempre, dice la canción, y resultó que el esposo engañado, para tratarlo con respeto, tenía un amigo de un amigo del hermano de un comisario que había pasado por la misma humillación y decidió tomar cartas en el asunto. El policía se apersonó en ese hotel y solicitó hablar con el amante de la señora adúltera. En realidad, era ella la que cometía la infidelidad, la falta al matrimonio, aunque en la mentalidad machista del comisario, un hombre sólo podía hablar con otro hombre. Era él el que se había llevado una hembra que no le pertenecía; ni hablar del hecho de que ella había dado su consentimiento: la voluntad de una mujer casada no valía nada. La charla giró en torno a asuntos pasados, imposibles de rectificar. El daño ya había sido hecho, nada podía hacerse para reparar el honor del marido engañado. Ademanes, gritos, contoneos nerviosos y pitadas de cigarros negros se sucedieron en una coreografía infernal que fue caldeando los ánimos hasta que todo se llenó de electricidad. Tres disparos al amante y siete a la infiel fue el saldo de esta excitante aventura siniestra, que mientras duró, los había hecho sentir tan vivos.

Acerca de los autores:

Al despertar - Fernando Andrés Puga, Coralito Calvi & Patricio G. Bazán


Nada en la heladera. Nada en los estantes del armario. En la olla, apenas restos grasosos de un guiso que aún despide un aroma agradable. En el tacho de basura, sobras de la última cena. La desazón lo invade. Intenta salir de la casa, pero la puerta está cerrada. No tiene fuerzas para echarla abajo. Tampoco para destrabar alguna de las ventanas. Se desploma. Sentado en el piso, semidesnudo, abraza sus piernas flexionadas. Apoya la frente sobre las rodillas. Llora.
El llanto, como siempre, trae consigo ese bálsamo relajante, (una enzima que libera el cerebro al llorar, dicen) y saborea con morbosa sonrisa este alivio cada mañana, tras la desazón inicial. Dormita unos minutos y al abrir nuevamente los ojos, detecta el sol tras las cortinas, como si nada hubiese pasado. Todas las mañanas le sucede esto y cada vez redescubre que la puerta no está tan cerrada ni la heladera tan vacía. Se viste, saca las llaves con calma, dispuesto a encarar un nuevo día.

Afuera, la ciudad reluce, parece recién estrenada, como si fuese un sueño. Entonces, un pequeño grito comienza a aletear en su garganta, siente desplegar sus alas mientras corre a la seguridad de su refugio, y emprende un desgarrador vuelo justo al trabar la puerta: un alarido de angustia que planea sobre un mundo arrasado y sin sobrevivientes, salvo un pobre hombre que insiste en soñar, una y otra vez, que no ha ocurrido nada.

Acerca de los autores:

viernes, 26 de junio de 2015

Certezas y dudas – Erath Juárez Hernández, Carlos Enrique Saldívar & Sergio Gaut vel Hartman


—¿Estás seguro de tu condición humana? ¿Alguna vez viste tus entrañas, el hígado, los intestinos, el corazón?
Lo miré perplejo. —¿Es una broma?
—No, no es una broma. Podrías ser un androide, un ser cibernético, un simulacro de persona. Y las nociones implantadas en tu cerebro positrónico garantizarían el engaño.
—¿Qué me dices de los sueños? ¿Puede soñar un robot? —Al soltar la pregunta me quedó la duda, no recordaba ni siquiera el del día anterior.
—No lo sé, dime, ¿sueñas?
Me quedé mudo por unos segundos.  —Espera, hay una forma de saberlo.
Me dirigí a la cocina y agarré el cuchillo más filoso que encontré. Cuando regresé, mi amigo no parecía extrañado por mi conducta; al contrario, se le veía emocionado por lo que intuía que iba a hacer. Utilicé el arma punzocortante sobre mi brazo izquierdo. Lo que vi confirmó las ideas que tenía acerca de mí. Le mostré el miembro sangrante; por supuesto, el corte me dolía.
—Eso no prueba nada —dijo—. Tu ser externo puede ser el de un humano. Es tu ser interno el que interesa. Entiérrate el cuchillo en el estómago, lo más profundo que puedas. —Lo hice. El sufrimiento fue intolerable. Me desmayaba… A duras penas logré comprender lo que me decía.

—Nuestro método es lento, pero seguro. Eliminaremos a los humanos minando su confianza, demoliendo sus certezas, empapándolos de preguntas sin respuesta. La Tierra será nuestra sin mancharnos las manos de sangre.

Acerca de los autores:
Erath Juárez Hernández
Carlos Enrique Saldivar
Sergio Gaut vel Hartman

jueves, 18 de junio de 2015

La era de la pastilla – Sergio Gaut vel Hartman, Luciano Doti & Daniel Alcoba

 

Ser feliz, pensó Ascar, es saber que en tu bolsillo hay suficientes pastillas para toda la semana. Las rojas de la euforia, las azules de la paz, las amarillas de la creatividad. Desde que las drogas de diseño empezaron a venderse en las farmacias, millones de mujeres y hombres anclaron su vida cotidiana a la ingesta de Euforina, Dharma Plus o Einstein-999. Algunos hasta tenían esperanzas de que desaparecieran la codicia, las guerras… que los seres humanos serían menos miserables. Al fin cada persona podría ser lo que quisiera. La felicidad ya no estaría reservada sólo a los privilegiados nacidos con talentos especiales, ahora bastaría con esos comprimidos para sentirse en el mejor de los mundos.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo para que Ascar quedara atascado en el tránsito de la ciudad en la que vivía.
—¿Qué pasa? —preguntó al taxista que lo transportaba.
—Es un piquete; reclaman que las obras sociales cubran las nuevas pastillas. También clases públicas sobre las pastillas rojas, porque su sobredosis produce infartos, ictos y adición. Dharma Plus hace a la gente edulcorante, sobona y desenfrenada sexual. Einstein- 999 genera escritores de ciencia ficción, estudiantes de física y hasta físicos...
—¡La nueva trinidad santa: Euforina, Dharma...

Lo interrumpió el taxista salvando los respaldos delanteros desnudo de la cintura para abajo, pene erecto elevado 45º sobre la horizontal. Antes de ceder al deseo del taxidriver, Ascar vio al pie del parabrisas los envases de tres Dharma-grageas.

Acerca de los autores:
Luciano Doti
Daniel Alcoba
Sergio Gaut vel Hartman