jueves, 28 de enero de 2016

En pocas palabras - Félix Díaz, Claudia Isabel Lonfat & Sergio Gaut vel Hartman


—Es casi seguro que Leonardo da Vinci, Shakespeare, Newton, Freud, Einstein, entre otros, fueron extraterrestres —dije. 
Aristo me contempló con pena. Tengo fama de delirante y él es un respetable abogado, presidente del consejo y firme candidato a una banca de diputado en las próximas elecciones. Pero en esta ocasión no abrió la boca. 
—Imagino que Basko está utilizando una metáfora —terció Alicia, que no pierde ocasión para ponerse de mi lado; tiene dos ideas fijas: conquistar a todo macho que ande cerca y tirarlo a la basura luego de un breve período de uso intensivo. 
Pero parece que después de escuchar a Alicia, Aristo se decidió a hablar: —Yo creo que Basko quiere llamar la atención con sus teorías, digamos, poco serias, como para no utilizar algún epíteto que pudiera sonar peyorativo. En cuanto a las metáforas, mejor dejémoslas para los poetas. —Al pronunciar esas palabras, Aristo hizo gala de una dudosa piedad, cuando en realidad sabía muy bien de mis aficiones de gran provocador.
—Mi querida Alicia —dije con absoluta falsedad, muñido de la seguridad que da el poco interés en incursionar entre sus carnes—: me temo que el señor Aristo no cree en mí, más de lo que cree en Dios —agregué con impertinencia. 
—Dios es una metáfora superada por la ciencia —afirmó Aristo, y añadió—: Mi querido Basko, ¿en qué te basas para hacer una afirmación tan notoria? ¿O solo lo dices para provocar? 
—Sí, querido —añadió Alicia mirándome con ojos como una tigresa evaluando una posible presa—. Explica tus argumentos, por favor.
—Tengo pruebas —afirmé—. Poseo un libro donde se dan detalles sobre estos personajes. Detalles incompatibles con una hipotética humanidad. No son humanos —concluí.
—¿Y dónde guardas ese libro? —preguntó, ansiosa, Alicia—. ¿En tu dormitorio?
—Lo tengo aquí mismo —repliqué, y saqué un ajado volumen de mi bolsillo. 
Alicia y Aristo se abalanzaron sobre el ejemplar de Vidas y proezas de los nuestros que me había sido regalado por el kulitrón Junar'argar cuando cumplí trescientos años. Y lo hicieron con tan poca fortuna que sus cabezas chocaron con estruendo, quedando inconscientes en el acto. Ese fue el momento elegido por Martha Argerich, Judit Polgár, Haruki Murakami y Vladimir Putin para ingresar a la sala, sin sus disfraces humanos, claro. 
—Mi estimado Basko —me dijo Martha—, me gustabas más cuando eras Houdini y hacías tus trucos, sobre todo, el de muerto; una brillante estrategia para cambiar de personaje y dejar que ese pase a la historia.
—Martha, me gusta cuando te corres el mechón blanco de la cara con la misma pasión que acaricias las teclas, pero debo decir, que cuando fuiste Tamara de Lempicka y te ahorcaste con la bufanda, fue una salida magistral de escena —dije con admiración.
—Lo que no entiendo —acotó Vladimir, moviendo las orejas con visible preocupación— es qué sentido tiene revelar nuestra identidad a estos dos seres humanos.
—¿De verdad que no lo sabes, Vladimir? —pregunté, extrañado—. ¿O lo dices solo para provocarme, remedando mis propias conductas? Claro que tu personaje aún tiene años por delante.
Haruki se acercó, lleno de ansiedad, a ver el estado de Aristo. Judit hizo lo propio con Alicia.
—Están en perfectas condiciones —indicó el escritor—. ¿Quieres un poco antes de que yo lo absorba?
—Sabes bien que sí. Pocas veces puedo probar la carne humana.
Mientras Judit absorbía el cuerpo de Alicia, Haruki me dejó un trozo de Aristo; luego absorbió el cuerpo por completo.
Poco después, Alicia y Aristo se levantaron del suelo, masajeándose el lugar del choque de cabezas, pero incapaces de descubrir qué había ocurrido. A partir de ahora contamos con dos nuevos cuerpos operativos.

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El evento - Marcelo Sosa, Patricio G. Bazán & Alejandro Sosa Briceño



Nunca nos pusimos de acuerdo con cuáles fueron las circunstancias que desencadenaron el extraño evento, pero sí en que fue el 5 de abril cuando todas las gallinas del pueblo comenzaron a poner huevos verdes. Recuerdo perfectamente aquella mañana, porque resultaba inusual que Lisandro entrara al boliche a tomarse una ginebra tan temprano.
—¡Verdes y brillantes, como ojos de gato! —repetía consternado, una y otra vez. Pero no fue el único que vino con necesidad de hablar del suceso. Tras él entró Heliodoro. Era un gallo viejo que conservaba la costumbre de desplumarse las patas como en sus años de peleador. Como buen alcalde cantaba las horas para el pueblo y le molestó que se le adelantaran con el cuento y la ginebra.
—Las gallinas no dicen ni "pío", Anacleto asegura que fue el ventarrón de anoche pero
yo he visto sombras saliendo y entrando en todas las casas. Son verdes como ojos de gato— coreó finalmente a Lisandro.
En eso estábamos cuando entró el Perdiz Fuentes en un estado de ebriedad calamitoso. Se arrimó al mostrador y pidió un ajenjo ¡Qué tipo más afrancesado! Lo buscaba la justicia por matón de frondoso prontuario. De una sentada se tomó su licor y nos gritó con sorna: “amigos míos, vengo a entregarme pero sepan que volveré y seré millones.” Ahí fue cuando nos cerró todo y entendimos el tema del mestizaje. En vez del perro nos habían metido la perdiz.


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El esposo y el amante - Ada Inés Lerner, Ana María Caillet Bois & Evelyn Cano


Comienza una disputa grosera entre Adam, esposo engañado y Simón amante falso. Simón acusa a Adam de no haber sido capaz de cuidar a su esposa, y Adam le retruca sobre la falsedad de su amor hacia la mujer. Simón dice que su falsía fue una sola, pero que Adam cometió tantas falsedades como mujeres engañó. Intercambio de afrentas. Adam agrede a Simón recordándole que él está allí presente mientras hablan, entonces todo el mundo conoce su infamia.
¡Que jactanciosos son los dos! Olvidan que escucho la conversación; ni uno ni el otro han pronunciado nunca la palabra “amor”. Tú, Adam, mi esposo, ¿crees que mereces el lugar preponderante que ocupas en las revistas y los programas del corazón? Y tú, Simón, jurando tu amor por mí eras capaz de soltar lágrimas que yo creí sinceras y eran mentirosas. ¡Cómo pueden ser tan hipócritas! ¡Que tonta he sido! Y encima me sentía culpable de engañar a uno o al otro. ¿Quién podría culparme? Nunca hubiera buscado un amante si no hubiese tenido que soportar mi esposo para salvar un matrimonio que nació náufrago. Se insultan, gruñen, confabulan y acuerdan. Infamia con infamia se esconde. Mi cuerpo todavía sigue ahí, en el centro de la habitación, como un recordatorio de lo que siempre fui para ellos: un pedazo de carne, un símbolo de poder.


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domingo, 24 de enero de 2016

Reliquias – Patricio G. Bazán, Daniel Alcoba & Sergio Gaut vel Hartman


—¡Vendido al señor Raubal! —Los tres golpes del martillo del subastador marcaron mi destino. Después de toda una vida de robar, estafar y amenazar a medio mundo, al fin pude amasar una fortuna para comprar aquello que me obsesionó desde que lo vi en un catálogo, hace tanto tiempo: la pistola Walther PPK con la que Adolf Hitler habría terminado con su vida. Luego de los trámites de rigor, abandoné el edificio con el fatal estuche escondido bajo mis ropas.
Esa noche, después de cenar, abrí la caja. La pistola de calibre 9 mm estaba aislada y sellada con una cubierta de acrílico que en lugar de retirar hice trizas. Quise comprobar que no tuviera una bala en la recámara, pero apenas apoyé la palma diestra en la empuñadura, mis dedos se cerraron para sostenerla con firmeza y se me hace que el arma corcoveó un poco para ajustarse a mi mano mientras el gatillo me succionaba el índice. ¿Dije que los golpes del martillo del subastador marcaron mi destino? No solo lo marcaron: esos tres golpes, adjudicándome en propiedad absoluta el arma que había terminado con la vida del líder nazi, lo motorizaron y configuraron. La pistola impulsó mi mano y no se detuvo hasta que el cañón reposó en mi boca, colmándome de felicidad. Tardé una fracción de segundo en descubrir que el precio estipulado cubría el valor no de una, sino de dos reliquias.


Encajes antiguos - María Brandt, Coralito Calvi & Luciano Doti



Después de todo ¿para qué lo querría? Era un espejo provenzal, de cristales biselados, imponente, con un marco de rosas labradas. La tía Anselma pasaba horas delante de él, probando vestidos a sus hijas, sobrinas y vecinas. Tenía un gusto exquisito y todo lo que salía de sus manos era armonioso, casi mágico.
—Sí, es eso lo que me molesta, aquí ya nadie usa vestidos de encajes. La tía Anselma me legó esta casa, y hay que modernizarla —decidí.
Mientras resolvía qué hacer con él, cubrí el espejo con una de mis sábanas de raso turquesa, tras lo cual un zumbido espantoso me aturdió hasta provocarme náuseas. Instintivamente retiré la sábana, y el zumbido cesó. ¿Qué estaba pasando?
Corrí a beber un vaso de agua helada y me mojé la cara. Cuando regresé al living, el espejo me devolvió mi imagen envuelta en un espantoso vestido de encaje violeta, color que detesto, y mi estómago se retorció al percibir lo parecida que era en esa imagen a la tía Anselma. Me puse a investigar acerca de los espejos provenzales. Atando cabos descubrí cosas sobre la región de Provenza. Supe que en su capital, Marsella, se originó el Tarot. Me tiré las cartas, y salió “La Sacerdotisa”; representaba a una mujer enigmática, enlazada con la magia: ¿mi tía?
El espejo continuó devolviendo mi imagen con vestidos de encajes, como vaya una a saber cuántas mujeres de mi linaje anteriores a Anselma.


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María Brandt

Puertas - Claudia Isabel Lonfat, Julia Pateiro & Mariángeles Abelli Bonardi


Pasó mucho tiempo desde aquel último sueño que recordaba. Despertaba en medio de un vértigo onírico, con esos poquitos flashes en su memoria, que eran lo contrario de su realidad chata y estructurada, justo en el momento en que se mezclaba y se confundía con una alucinación. Pero este último sueño, que fue más claro y real que cualquier otro que pudiera recordar, la dejó aterrada. 
La rodeaban puertas de colores, sin picaporte ni mirilla alguna. La única salida era llamar a la puerta ¿pero a cuál? Ninguna de las extrañas aldabas la invitaba a hacerlo. 
Después de mirar cada una con minuciosa atención, se decidió por una aldaba-payaso, de nariz enorme y sonrisa macabra. Tratando de ignorar la sonrisa, decidió apretar la nariz, pero la estrujó con tal fuerza que se deshizo en su mano. Se lamió. Pulpa de ciruela madura que le supo a felicidad, y sonrisa macabra su sonrisa en el reflejo de la aldaba.
Otra vez frente a las puertas que la aterran; puertas sin picaporte ni mirilla por donde atisbar el verdadero sentido de la vida. Toca una a una las aldabas, en busca de auxilio, para dejar de irse en el vértigo de una alucinación, con cada dosis.

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miércoles, 20 de enero de 2016

Las manos - Cristina Chiesa, Ada Inés Lerner & Sergio Gaut vel Hartman


Vasili mira su paleta, del blanco al negro, una extensa gama de grises, y sus manos se niegan a seguir. Quiere obligarlas, pero no puede. Exangües, apenas si sostienen la paleta y el pincel. 
—¡Ya no sé qué quieren de mí! —les grita consternado. Las manos se crispan, sueltan la paleta y apartan con furia el lienzo. De un manotazo, arrancan los anteojos del artista y desparraman los pomos alineados sobre la mesa. Aletean como pájaros ciegos, buscando una intensidad casi leonada, una superficie transparente, iluminada desde atrás. Ahora el claroscuro enfatiza una composición abstracta. Las manos buscan la plenitud por la equivalencia en intensidad y destruyen toda ilusión de profundidad. La línea del horizonte se va erradicando y provoca la fundación teórica de un movimiento abstracto de gran espiritualidad. Por fin, las manos de Vasili Kandinsky dan las pautas sobre las propiedades emocionales de cada tono y color mientras que él solo se interesa en la respuesta del alma. 
—¿Esto quieren? ¿Buscan lo perfecto en mi destrucción? 
—En absoluto —responden las manos a coro—. Queremos simplificar, eliminar lo superfluo y superar el deplorable acto de valerse de nosotras para fabricar una emoción ficticia y simulada. 
—Eso es la oscuridad, la nada —protesta Vasili. 
—No lo es —insisten las manos, y con la más exquisita destreza, como siempre que han querido, trazan un círculo rojo y cinco líneas sobre el plano—. Esto es una mano, tonto —concluyen.

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Petunia - Laura Olivera, Saurio & Koller


Me gustaba esa manera de mirarme que tenía Petunia. A decir verdad, era bastante fea y de no haber sido por el azar de la vida, jamás hubiéramos terminado viviendo bajo el mismo techo. Pero lo cierto es que con el tiempo había aprendido a quererla y a dejarme entretener por sus modos sensuales y sus ojos amarillos. Ella era feliz viviendo junto a mí y yo, en cierto modo, también lo era. De hecho, ella me amaba, y lo sé porque me lo dijo el día en que el zoológico cerró y nos separamos para siempre. 
—Te amo. —Así me dijo, sin sutilezas ni subterfugios, porque así era Petunia, directa y simple. Luego agregó lo que ambos ya sabíamos—: Ahora te van a trasladar a otro zoológico y a mí, también a otro, pero diferente. Lo nuestro ya no va a poder ser. Yo sólo gruñí y me lamí la pata delantera. Es que aún no dominaba su idioma. La miré con tristeza mientras se la llevaban. Fueron varios días de soledad en esa jaula putrefacta. Me sobresalté cuando vinieron a buscarme. Caminé resignado a través de un puente que me llevaba a un camión. Había una tigresa ahí. Me paralicé cuando me mostró los dientes. ?¡Quieta Zaira! ?gritó un hombre. Me gusta esa manera de mirarme que tiene Zaira. A decir verdad, es bastante fea y de no haber sido por el azar de la vida…

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sábado, 16 de enero de 2016

Mesiánica – Sebastián Ariel Fontanarrosa, Alejandro Bentivoglio & Sergio Gaut vel Hartman


—Tengo bastantes problemas —le dije mirándola a los ojos—, para que ahora vengas con tu fanatismo religioso y me obligues a decirte que te vayas de mi casa. —Por toda respuesta, María Dorada bajó la cabeza, tomó la cartera que había dejado sobre la repisa y enfiló hacia la puerta—. ¿Qué estás haciendo? —le dije. 
—¿No me echaste? ¿O se supone que debo abandonar mis creencias para que el señor se sienta a gusto? —Ahora la expresión era extraña. Cadencia de voz lastimera y una mirada antagónica recargada de ira. 
—Jamás dije eso —exclamé sulfurándome—. ¡Pero tenés que entender que tus prácticas en mi casa no van! Una cruz hecha con cables pelados enchufados a la corriente como objeto de tu fe en una casa con dos nenes… De no haberse cortado la luz, que a Emanuel lo vi con esa porquería en la mano, hoy lo estaría velando. ¿Entendés lo que te digo, María? ¡Dios santo!
María murmuró algunas maldiciones e insultos que no llegué a comprender y se marchó dando un violento portazo. Emanuel se acercó y le acaricié la cabeza.
—¿Se fue? —me preguntó.
—Sí —le contesté—. Ahora ya podemos estar tranquilos.
Mi hijo sonrió y corrió a decorar otra vez alegremente la casa usando los pentagramas invertidos, los altares sangrientos y los divinos puñales sacrificiales que la loca de María insistía en escondernos todos los días cuando queríamos adorar al Príncipe Oscuro.

Acerca de los autores:
Sebastián Ariel Fontanarrosa


Recuperados – Evelyn Cano, Maritza Álvarez & Iris Tocuyo


Entro en una especie de plató donde veo a una niña parada frente a lo que puede ser un telón de fondo. No logro desviar la mirada de la niña, que tendrá unos cinco o seis años. Luce triste; llora y, sin intermedios, suelta una carcajada, gruñe y murmura, sonríe. Las voces fuera de escena me advierten: “ni siquiera la mires”. Es una niña y tiene miedo: la luz en un ojo y en el otro el abismo. Me acerco lentamente y trato de buscar una explicación en su mirada pero sigue llorando; me desespero, no encuentro indicios que me expliquen el porqué de su llanto, le tiendo la mano y ella la desdeña, pues sabe que si la toma todo se vendrá abajo y no podrán atraparme, como han atrapado a todos los que se acercan con el señuelo de la niña que llora y gruñe. Insisto en acercarme pero siento un golpe seco en mi cabeza que me hace perder el equilibrio. Sostengo mi cabeza y voy dando traspiés hasta un amontonamiento de telas, en un rincón oculto debajo del obsoleto entarimado, que ahora sirve de depósito y refugio de insectos y ratas que acompañan a los saltimbanquis. Hay un carrusel en vértigo ante mis ojos. Lentejuelas centelleantes me impiden ver claramente la realidad que me rodea, y esos brillos vienen acompañados de alaridos ensordecedores. Quiero moverme pero estoy atada. Un enorme espejo que sobresale en la penumbra del bastidor que sirve de fondo, me refleja. Recuperada.

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Un final feliz - Köller, Laura Olivera & Saurio


Julieta llevaba horas sentada en su escritorio. Suspiró por enésima vez y elevó la vista para observar la escena: un cenicero mugriento, una hoja en blanco, un viejo lápiz y una pila de bollos de papel. ¿Puede que fuera tan difícil encontrar un final feliz? ¿Por qué Matías le había pedido semejante milagro? ¿Acaso ya no lo atraía su oscuridad? ¿Y si ya no me ama? Pensó mientras desistía una vez más. De inmediato, levantó el teléfono.
―¿Hola? Pasame con Romeo… Hola, Romeo, soy yo.
―¿Qué hacés, Juli?
―Oíme una cosa: este tío tuyo que me pusiste como editor es un romántico de mierda: me pide un final feliz.
Oyó risas al otro lado y estalló en furia.
―¿De qué te reís? Sabés que soy oscura y me revienta la alegría.
―Es que así somos los Montesco, Juli. Somos buena onda.
―¿Te estás burlando? ―preguntó, casi en llanto―. ¿Es que ya no me amás?
―No. El que ya no te ama es Matías.
―Pero, vos, ¿me amás?
―Ay, nena. Si yo al que amo es a Mercutio. ¿Acaso te habías olvidado que soy gay?
―Es que me olvidé de tomar la medicación.
―Hablando de eso... ¿te acordás de la pendeja que quedó en coma por una sobredosis de somníferos?
―Sí..., eso fue como hace cien años.
―Bueno, pasó un príncipe, la besó y se despertó.
―¡No!
―Sí, nena. Ahí tenés tu final feliz.
―Gracias.


Acerca de los autores:


martes, 12 de enero de 2016

Parahumanoide – Alejandro Bentivoglio, Ada Inés Lerner & Sergio Gaut vel Hartman


—Escuché ruidos en el sótano otra vez —dijo el fantasma Sigfrido.
—¿Vamos a empezar de nuevo con eso? —dijo el fantasma Gualterio.
—No estoy loco.
—No digo que estés loco. Pero la ciencia ya ha comprobado que los humanos no existen. Son cosas del pasado, historias de ectoplasmas supersticiosos.
Sigfrido miró la vaporosa figura de su amigo. No quería quedar como un ignorante, pero los ruidos en el sótano continuaban sin ninguna explicación razonable.
—De acuerdo, vamos resolver esto de una vez por todas. —Sigfrido comenzó a bajar la escalera—. ¿Qué te pasa? ¿Tenés miedo de los humanos?
—Ya te dije que los humanos no existen. Debe ser una fantasma, peligro inminente.
—A mí me parece agradable —dijo Sigfrido al ver al ectoplasma femenino paseándose desnudo por el sótano.
Gualterio habló en un murmullo casi inaudible. —Dale conversación.
—No es humana ni fantasma; es una parahumanoide; suelen ser peligrosas.
—Hola —dijo la parahumanoide—. ¿Están solitos?
—¡Qué te dije! —exclamó Sigfrido—. ¡Quiere abusar de nosotros!

Acerca de los autores:
Alejandro Bentivoglio
Ada Inés Lerner
Sergio Gaut vel Hartman

Otra Enterprise - Julia Pateiro, Mariángeles Abelli Bonardi & Omar Chapi


Cuando me enteré que íbamos a la Tierra, supe que la tortura sería peor que en cualquier otro planeta. Sin duda, la sargento Durán –quien estaba al mando- venía decidida a hacerme hablar; mandó aterrizar la nave e hizo sonar el claxon con insistencia; al poco rato se nos unió un músico regordete, cuyo aspecto de
—¡No, gordo! ¿De músico... te disfrazaste de músico? ¡Sos el torturador! ¿Dónde viste un pingüino torturando a un alien? ¡Andá, gordo ridículo! Sacate eso que si te ve tu papá
 Y vos, “sargenta”, dejá de hacer sonar esa cosa, que si el viejo de este se despierta de la siesta, nos quedamos sin nave.
—Tengo nombre y no soy ridículo. ¿Y no es tu papá quien siempre se queja de que el mío lo tortura? Bueno, para torturarte traje el violín.
—¡Nooo! ¡Otra vez la tortura! ¡Me tienen harrrta con la tortura! ¡Mi Barbie tiene más imaginación que ustedes!
—¿Ah, sí? ¿Y qué sugerís? ¿Sacar las tacitas de porcelana e invitarla a tomar el five o’clock tea? ¡Qué divertido!
—Más divertido que verte a vos “tocando” el violín, seguro. Y encima con el smoking de tu papito.
—Por lo menos, yo toco algo. Ustedes ni el timbre saben tocar.
Los interrumpen unos golpes en el vidrio: es “Kirk”, que viene por su nave.

Acerca de los autores:
Omar Chapi

Con el caballo cansado - Coralito Calvi, Luciano Doti & Marcelo Sosa


Doña Rosita, modista ella, hizo más vestidos de novia que sopas durante toda su vida. Cosía hasta tarde; las clientas la adoraban, y su marido se fugó un día con su mejor amiga, adinerada la mujer, rumbo a Europa. Rosa, siempre sentada en su Singer, lo lloró desconsoladamente por décadas, y le contó a sus hijos, nietos y clientas cómo lo seguía amando. El infiel perdió a su amante en las garras del cáncer y se quedó con todo el dinero de ella. Ya era un hombre viejo, pero no obstante eso, la autoestima incentivada por la riqueza estaba en alza. Así que comenzó a frecuentar bares en busca de mujeres jóvenes. Muchas lo ignoraban; otras, seducidas por el vil metal, fingían aceptarlo; alguna simuló amarlo. Podría haber dudado de la veracidad de ese amor, pero al igual que la feligresía de una iglesia, él necesitaba creer. Cuando decidieron vivir juntos, ella lo convenció de poner la casa y otros bienes a su nombre. Craso error. En menos que canta un gallo lo dejó en la calle. Viejo verde, se dijo con toda razón. Sin un peso y después de un regreso al barrio con más vueltas y retrasos que la mismísima odisea homérica, se presentó en su casa. Allí estaba Rosa, como siempre, cosiendo un vestido de novia con hábiles manos. Al verlo de regreso, se acomodó los lentes desvencijados sobre el punete de la nariz, suspiró hondo, y liberando una sonrisa atrapada en el tiempo le dijo: 
—Lávate las manos; la sopa está lista.

Acerca de los autores:



viernes, 8 de enero de 2016

Nostalgia - Evelyn Cano, Ana María Caillet Bois & Sergio Gaut vel Hartman


Me despierto sintiendo nostalgia de mi niñez, de los juegos que por entonces jugaba (no como los de ahora, tan impersonales y ajenos). Sentí nostalgia de mis amigos, el “Perucho” y la “Veneza”, un apodo cariñoso que le pusimos a la dulce venezolana y al rudo limeño. Yo era el “Argento”, claro. Un azar improbable nos reunió y nos bautizamos con el absurdo nombre de “El trío de los irreverentes franciscanos descalzos de las letras frías” con el que supimos generar el escandaloso repudio de los señores serios y correctos que poblaban el casi desierto poblado virtual de entonces. Pero finalmente el azar prefirió apegarse a lo probable, y tal vez por eso nos separamos. O quizá por otros motivos; ya no importa demasiado.
En aquellos tiempos existía una tecnología rudimentaria, de redes y pantallas de plasma; todavía necesitábamos una máquina, dispositivos periféricos y señales para conectarnos. La más afectada siempre era la Veneza: “Se me va interneeeet”, decía. “Esta cosa me desconectó”. “No puedo entraaar, no puedo abrir, no puedo salir”. Y sin embargo, igual nos entendíamos y diveríamos.
Ahora veo a mis nietos en el jardín, jugando en el barro, mientras con un movimiento similar a un pestañeo, aunque más fugaz, comparten la vida con amigos de los que jamás sabrán el nombre. Ningún padre responsable dejaría a sus hijos sin la intervención nanotecnológica que les permitirá el acceso a todos los archivos, experiencias y conocimientos del mundo. Esa prohibición sería el equivalente a no vacunarlos en el siglo XX. ¿Qué mundo hemos creado?, pienso. Uno infinitamente más sabio, me contesta alguien de forma inmediata, desde algún lugar del universo. De tu Mente a mi Mente: Memento. Ese es el slogan de la compañía que proporciona el servicio.
Retrocedo. Bueno, “barro” es un decir, porque todo es virtual: los juegos, la comida, y hasta las caricias son virtuales. Pero algo debe estar fallando pues hace un tiempo que mi amnesia por momentos desaparece, y juegan en mi cerebro recuerdos que queman. Hoy, en especial, desperté cantando canciones de cuna, y canciones para jugar entre varios niños. Ahí están la Veneza y el Perucho, repitiendo junto a mí, a carcajadas: uno, doli, treli, catoli, quiquiriquí… o: antón, antón, antón pirulero, cada cual, cada cual… Disimulábamos. Es cierto que la tristeza del tiempo perdido me enferma. Es como si de pronto sintiera que algún resquicio de otra época quiere irrumpir en este mundo virtual, tan prolijo e impersonal, pero claro, Memento se encarga de operar con celeridad para tapar esos peligrosos recuerdos, y vuelvo al mundo robotizado, pero no siempre lo logra. De tu Mente a mi Mente, un eslogan precioso, muy lindo, interesante, creativo. Todo sucede mientras yazgo en mi cama y permanezco conectado a una supercomputadora que resuelve los problemas que se puedan presentar. Lo único desagradable es que Memento no aprueba mis recuerdos y los sustituye por imágenes en blanco y negro sacados de su banco de memoria. ¡Pobre Memento! La nostalgia escarba y recupera detalles de momentos inolvidables, cuando con la Veneza y el Perucho nos ingeniamos para leer las órdenes que recibían los agentes secretos para derrocar al gobierno de Aquiles Moya, en Guatemala, y cuando supimos que había siete personas en Marte pero iban a morir porque calcularon mal el aire que se necesitaba para sobrevivir, y cuando descubrimos que la clave de acceso del presidente al botón rojo de control de las bombas atómicas era... No, Memento, no estoy recordando nada indebido. Uno, doli, treli, catoli, quiquiriquí… Acá estoy. Quiero. Una especie de muerto viviente. No soy peligroso, Memento. Solo es un poco de nostalgia que irrumpe y se va, como una ola que lame la playa.

Acerca de los autores:
Evelyn Cano

Indiferencia - Saurio, Adelaida Pichardo Querales & Soledad Cruella


Jamás encontraron mi cadáver. Tal vez porque jamás lo buscaron. Es que yo no le importaba a nadie cuando estaba viva y seguí sin importarle a nadie cuando estuve muerta. No, no sientan piedad por mí. La indiferencia es lo más normal del mundo. Que alguien le importe a otras personas es algo bastante raro. Un poco más común, aunque también poco frecuente, es que te odien. Lo habitual es que el resto de la humanidad nos resulte absolutamente indiferente.
Como podrán suponer, tampoco me ocupaba sino de mí misma. Era muy atenta conmigo: me preparaba manjares delicados, ricos postres, generosas comidas. Admitía solo aquello que consideraba mejor: servidumbre, alojamiento, médicos y medicinas. Me rodeaba de objetos y personas que satisficieran mis exigentes gustos, bien para su contemplación o para su utilización. Fui justa y respetuosa con quienes tuve bajo mi mando, pero nunca afectuosa o solícita.
Por eso no entendí cuando Lisandro un vecino, tocó el timbre de casa y al abrir, me clavó un cuchillo de esos, un Tramontina. Luego escuché algo acerca de por qué le había matado al gato, creo. Soy tan respetuosa siempre, que pretendí que los demás lo fueran incluso con sus mascotas. Y el felino que no dejaba de maullar lascivamente ¡y en mi ventana! Unos bocaditos de hígado con algo de veneno y sanseacabó. Jamás encontraron mi cadáver, fue enterrado con el mishu.

Acerca de los autores:
Saurio

Dinámica - Javier López, Ada Inés Lerner & Claudia Isabel Lonfat


Al principio pensé que la impresión de ingravidez tenía que ver con las zapatillas de deporte que acababa de estrenar. Pero, aunque eran bastante cómodas, cuando me las había puesto en casa para salir en absoluto tuve esa sensación que ahora experimentaba y que provocaba en mí un bienestar inexplicable. Tardé poco en darme cuenta de que no eran alucinaciones mías, sino de que algo realmente extraordinario estaba sucediendo: los viandantes, y yo mismo, caminábamos varios centímetros sobre el pavimento. Descubrí que no parecían advertirlo, incluso una anciana con bastón se deslizaba feliz sin tropezar. Si todos estaban conformes e incluso confortables no era cuestión de generar caos e intranquilidad. Parecía no perjudicar y por lo visto nos beneficiaba. La dinámica de poblaciones es el principal objeto de la ecología en particular y la evaluación de las consecuencias ambientales por las acciones humanas. Duró poco ese bienestar, porque con el correr de las horas, la ingravidez se fue acrecentando aceleradamente, y la incipiente felicidad de poseer un cuerpo liviano, grácil, sobre todo para aquellos impedidos por alguna discapacidad, se fue convirtiendo en un problema creciente. Los que pudieron abandonar su bastón o su silla de ruedas, empezaron a flotar como plumas, y el resto, debíamos sujetarnos a objetos pesados, y cuando ni siquiera eso era suficiente, recurrimos a los autos. Ahora todo está por terminar. Hasta los océanos comenzaron a flotar.

lunes, 4 de enero de 2016

Las soluciones de siempre – Javier López, Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman


—¿Supiste de la última novedad, querido? Lo leí en la última emisión de “La hora del sexo saludable”.
—¡Ah, bueno! Toda una garantía…
—No lo dirás con sorna ¿cierto?
—¡Para nada! Soy la persona con menos sorna de esta casa.
—Bueno… porque si encima, después de lo de anoche, me hacés burlas, realmente…
—Por favor, te dije que no volvamos sobre eso. Es la primera vez… Fue la primera vez…
—Sí; en las últimas veinticuatro horas —dijo ella como para sí.
—¿Dijiste algo?
—Que en veinticuatro horas se puede resolver tu problema, querido. Así dice ese programa que detestás. Dejame que te diga. Unos científicos de Azerí X demostraron que los testículos de piojos resuelven ese problema.
—¿Cómo? ¡Puta madre, me volqué el café!
—Así es. Última moda en Europa. Acá están empezando a fabricarlo.
—¿Qué hacen qué?
—Fabricarlo. ¿Hablo en azerí, yo? Pasa que descubrieron que es mejor que esas drogas anticuadas que al final eran sólo para los que no tenían problemas reales.
—No me mires así…
—No; me refería a que no tenían problemas cardíacos. Porque los cardíacos no pueden.
—¿Ni aún con esas modificaciones que les hicieron en el siglo XXII?
—Nein. Pero ahora, con las nuevas sopas testiculares de piojos (STP) se resuelven naturalmente, sin conservantes, porque esos testículos duran siglos.
—¿Estás segura? Nunca oí hablar nada sobre testículos de piojos.
—¡Claro, el sabelotodo de la familia no acepta que otro sepa más! Andá sabiendo que las mutaciones de piojos con tanto ataque masivo a las liendres, llevaron a que se formaran piojos con esta característica especial. Y ojo, no son testículos microscópicos, no te vayas a creer.
—¡Mirá vos!
—Como no tenemos hijos en edad, no sabemos cómo es la cosa. La última vez vi que una señora se quejaba de que las emisiones sexuales de los piojos le habían hecho volar su peluca de rastas.
—¡Epa! Bueno… todo sea por una noche de pasión.
—No; parece que unas dos o tres semanas de tratamiento y te dan pasión como para tres muchachas rozagantes. Espero que no te olvides de tu muñeca. ¡Justo lo están diciendo en la hipertele. Miremos!

(Locutor)
—Se descubrió que este afrodisíaco ha provocado un enorme malestar en la industria farmacéutica ya que su preparación no requiere receta magistral y está disminuyendo sensiblemente la demanda de los eliminadores de liendres. El gobierno está analizando las diferentes posibles salidas a esta coyuntura.

(En algún lugar del planeta)
—Señores, hemos decidido lanzar al mercado un producto que además de tener las propiedades de los testículos de piojos rejuvenezca y haga crecer el pelo a la gente. Es un secreto largamente conocido y guardado con celo por más de seis siglos, pero no podíamos correr riesgos ya que el licuado de patas de araña no nos convenía para el negocio. Este compuesto, tiene, además, la capacidad de eliminar piojos y afines, con lo cual, en breve, no se podrán conseguir los testículos sagrados y deberán recurrir a nosotros. Siempre lo hacen.
(Aplausos a lo largo de la mesa)…

Acerca de los autores:

Violencia doméstica – Mane Herrera López, Claudia Isabel Lonfat & Cristina Chiesa



Lamió el dedo herido y suspiró molesta. El cuchillo de la cocina estaba más afilado que nunca. Observó la cebolla y la notó muy fina; una lágrima cayó en sus manos cuando la tomó y la tiró a la basura. Miró sobre su hombro y descubrió la mirada ausente de su pareja, no quiso interrumpirlo y volvió a ensañarse con la ensalada. "En cuadritos, en juliana... ¿cómo la querrá?", un breve temblor sacudió sus muñecas cuando él se acercó al tacho y se quedó observando la cebolla mutilada. 
—No sabés cortar una puta cebolla —le dijo con dureza—. Sos una inútil… total el que labura soy yo, mientras vos te rascas todo el día —agregó. 
Sabía que iba a ocurrir, porque ya había empezado a beber desde temprano. Era mejor no decirle nada; recién estaba en el primer mes de embarazo y pasarían un tiempo antes de que se empezara a notar. Se acarició el vientre y sonrió… Sí, era una inútil. El papel representado por años la había colocado en una posición de privilegio. No conocía jefes ni transportes repletos, ni horarios, y el crío, que era de otro, sería por supuesto trasmutado en legítimo hijo del imbécil. Tomó la ensalada. Recogió la cebolla de la basura, y así, con restos, y manchada de sangre, la agregó a la ensalada; después escupió dentro. 
—Querido, la cena está lista. —Y sonriendo se dijo que era una mujer feliz.

Acerca de las autoras:
Mane Herrera López

Amante fortuito - David Filipiuk, Ada Inés Lerner & Martín Renard


Zeus y Beatrice se encuentran en la barra de un bar. Él miente, dice que tiene 750 años, insiste en un encuentro ocasional; tiene una familia numerosa. La joven, de apenas dos siglos de edad, pisotea con desenfado los entornos de quien podría llegar a ser su amante fortuito; Dante la espera. Zeus está más desubicado que ella: dice que tiene un “Paraíso Paralelo”, e intenta presionar a la joven hacia la aventura deseada, no tiene en cuenta que está tomando carrera hacia el Infierno tan temido. 
Orfeo, tal vez, podría haberle avisado de los tormentos que le esperan en este averno cambiante que nació con la religión del Principe Solar, pero en cambio, aún furioso por haber perdido a su amada, prefiere ahogar sus penas en vasos y vasos de licor de Estigia que no aciertan a borrarlas por completo. 
Acostumbrado a obtener lo que quiere, Zeus se convierte en toro, en lluvia, en pavo real, en todos sus disfraces; mas, acostumbrada a la luz del Arquetipo, Beatrice permanece impávida. Zeus comprende que todas sus formas son míseras, y desea hundirse en otra copa de vino. Cuando detecta que la inconquistable mira hacia otro lado, que lo quiere condenar al olvido, recibe otra copa. Un viejo tuerto se la confía.
—Bebe —le dice—, para otro final digno de tu talla. 
Zeus apura el hidromiel, siente un furor que emerge de sus entrañas, y acompaña al tuerto a derramar la sangre bajo un cielo que ya les es ajeno.

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