viernes, 8 de enero de 2016

Nostalgia - Evelyn Cano, Ana María Caillet Bois & Sergio Gaut vel Hartman


Me despierto sintiendo nostalgia de mi niñez, de los juegos que por entonces jugaba (no como los de ahora, tan impersonales y ajenos). Sentí nostalgia de mis amigos, el “Perucho” y la “Veneza”, un apodo cariñoso que le pusimos a la dulce venezolana y al rudo limeño. Yo era el “Argento”, claro. Un azar improbable nos reunió y nos bautizamos con el absurdo nombre de “El trío de los irreverentes franciscanos descalzos de las letras frías” con el que supimos generar el escandaloso repudio de los señores serios y correctos que poblaban el casi desierto poblado virtual de entonces. Pero finalmente el azar prefirió apegarse a lo probable, y tal vez por eso nos separamos. O quizá por otros motivos; ya no importa demasiado.
En aquellos tiempos existía una tecnología rudimentaria, de redes y pantallas de plasma; todavía necesitábamos una máquina, dispositivos periféricos y señales para conectarnos. La más afectada siempre era la Veneza: “Se me va interneeeet”, decía. “Esta cosa me desconectó”. “No puedo entraaar, no puedo abrir, no puedo salir”. Y sin embargo, igual nos entendíamos y diveríamos.
Ahora veo a mis nietos en el jardín, jugando en el barro, mientras con un movimiento similar a un pestañeo, aunque más fugaz, comparten la vida con amigos de los que jamás sabrán el nombre. Ningún padre responsable dejaría a sus hijos sin la intervención nanotecnológica que les permitirá el acceso a todos los archivos, experiencias y conocimientos del mundo. Esa prohibición sería el equivalente a no vacunarlos en el siglo XX. ¿Qué mundo hemos creado?, pienso. Uno infinitamente más sabio, me contesta alguien de forma inmediata, desde algún lugar del universo. De tu Mente a mi Mente: Memento. Ese es el slogan de la compañía que proporciona el servicio.
Retrocedo. Bueno, “barro” es un decir, porque todo es virtual: los juegos, la comida, y hasta las caricias son virtuales. Pero algo debe estar fallando pues hace un tiempo que mi amnesia por momentos desaparece, y juegan en mi cerebro recuerdos que queman. Hoy, en especial, desperté cantando canciones de cuna, y canciones para jugar entre varios niños. Ahí están la Veneza y el Perucho, repitiendo junto a mí, a carcajadas: uno, doli, treli, catoli, quiquiriquí… o: antón, antón, antón pirulero, cada cual, cada cual… Disimulábamos. Es cierto que la tristeza del tiempo perdido me enferma. Es como si de pronto sintiera que algún resquicio de otra época quiere irrumpir en este mundo virtual, tan prolijo e impersonal, pero claro, Memento se encarga de operar con celeridad para tapar esos peligrosos recuerdos, y vuelvo al mundo robotizado, pero no siempre lo logra. De tu Mente a mi Mente, un eslogan precioso, muy lindo, interesante, creativo. Todo sucede mientras yazgo en mi cama y permanezco conectado a una supercomputadora que resuelve los problemas que se puedan presentar. Lo único desagradable es que Memento no aprueba mis recuerdos y los sustituye por imágenes en blanco y negro sacados de su banco de memoria. ¡Pobre Memento! La nostalgia escarba y recupera detalles de momentos inolvidables, cuando con la Veneza y el Perucho nos ingeniamos para leer las órdenes que recibían los agentes secretos para derrocar al gobierno de Aquiles Moya, en Guatemala, y cuando supimos que había siete personas en Marte pero iban a morir porque calcularon mal el aire que se necesitaba para sobrevivir, y cuando descubrimos que la clave de acceso del presidente al botón rojo de control de las bombas atómicas era... No, Memento, no estoy recordando nada indebido. Uno, doli, treli, catoli, quiquiriquí… Acá estoy. Quiero. Una especie de muerto viviente. No soy peligroso, Memento. Solo es un poco de nostalgia que irrumpe y se va, como una ola que lame la playa.

Acerca de los autores:
Evelyn Cano

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