domingo, 5 de febrero de 2017

Vito - Ada Inés Lerner, Sebastian Ariel Fontanarrosa & Claudia Isabel Lonfat


Vito desapareció. Lo busqué por los lugares donde solíamos pasear cada tarde, también por los alrededores. Nada. Pegué fotos en cada cuadra, en las vidrieras de los negocios. Le pregunté a cada vecino. Nadie lo había visto. Decir que Vito se perdió sería injusto, porque él no era un perro común y corriente; sí, ya sé que todos dicen que su mascota es única y la más inteligente, pero en el caso de Vito es cierto. Lo encontré caminando por la costa, como todas las mañanas para oxigenar mi sistema circulatorio, mi silueta y en mi cerebro, se aclaran las ideas. Vito comenzó a seguirme y llegamos hasta el Faro, luego volvimos. Lo despedí varias veces, no hizo caso y cuando llegué al departamento se sentó al lado de la puerta y no se movió de allí. Lo llamé Vito en honor a Vito Dumas, porque lo encontré o él me encontró frente al mar
Llegado un atardecer un viejo pescador al verme llorar sentada en la costanera intentó consolarme revelándome la supuesta historia de Vito.
 —La mayoría de las cosas que recordamos están muertas, señora. Vito es la energía de la ilusión de un ser no nacido. Murió hace mucho dentro del vientre de su madre, una perra que salvó, allá en la villa, a toda mi familia de morir en un incendio. Vito coexiste con intermitentecias entre soledades humanas muy especiales. Sentirse agradecido por la experiencia maravillosa es la mejor manera de no sufrirlo. 


Acerca de los autores:
Sebastián Ariel Fontanarrosa

sábado, 19 de noviembre de 2016

Solos - Raquel Barbieri, Cristian Cano & Sergio Gaut vel Hartman


Ellos siempre estaban juntos, pegajosamente encastrados ante los ojos de los demás aunque divinamente unidos según ellos mismos. A ella la entendí; no habiendo tenido familia primaria, habiéndose criado en un orfanato hasta los dieciocho años, no me extraña que se aferrara a él de ese modo extremo. Y él; sí, él… no entiendo todavía cómo no se sentía ahogado, en prisión. Él, que había tenido tanto cariño, amor, pasión en su vida entera, ahora parecía un idiota, porque se hallaba obnubilado en esos primeros meses de amor incondicional. Así, como tortolitos inofensivos, existían en una simbiosis fundamental que, de terminarse, podría machacar entre dos rocas al corazón más tierno. Respeto eso que otorga al despojado todo lo que le falta, y ellos lo viven, devorando las horas como una boca inmensa que todo lo engulle. Amor incalculable que, por absoluto, termina siendo peligroso. Porque al final se comparten las soledades y es allí, en el núcleo último de la soledad, que me corresponde intervenir. ¿En qué consiste mi intrusión, preguntarás? Mi misión es poner a prueba la resistencia del vínculo y para hacerlo puedo crear espejismos, fabricar fantasías, inyectar pensamientos insidiosos. En este caso, urdí una infidelidad y esperé la reacción del otro. El agente fue un puñal que tuve la precaución de dejar sobre la mesa. A fin de cuentas, coincidirán conmigo, el pegamento no era tan efectivo como los espectadores habían imaginado.

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viernes, 1 de abril de 2016

No solo agua trae el Tajo - Juan Alexander Padrón García, Patricio G. Bazán & Sergio Gaut vel Hartman


Mi dueña está triste. No jugamos como todos los días. No corrió junto a mí, por más que tiré de la traílla. Está sentada junto al Tajo, y llora como si quisiera aumentar su cauce.
El amo no está con nosotros. Desde ayer por la noche salió de casa, dando un portazo. Pensé que iba a ir con él, porque descolgó el arco y el cuchillo de monte. Pero salió río arriba solo, con ojos de fiera. De cazador furtivo.
Amanece. Me desperezo despacio, oliendo el nuevo día que ya se siente distinto. Mi dueña no ha salido a saludarme, y el Amo sigue ausente. Hay mucho silencio en el aire, como si una tempestad estuviese juntando fuerzas para luego dejarse caer violentamente sobre todo nuestro mundo.
Como siempre, me acerco a beber a la orilla del río, junto a los sauces: mi lugar preferido. Pero hasta el agua parece distinta: aquí y allá, comienzan a verse algunos hilos rojos.

Meto la mano en el agua y reúno los hilos como si se fueran la cola de un cometa; tiro de ellos y noto que del otro lado hay un bulto enorme, pesado. Lo arrastro con esfuerzo, tirando y tirando hasta quedar exhausto. Recién al mediodía consigo divisar el cuerpo. “El amo está muerto”, dice mi dueña, muerto muerto, se desespera. Sé que yo no fui, que solo deseé tenerla solo para mí, pero de todos modos me siento culpable.

Estrategia y táctica - Sergio Gaut vel Hartman, Daniel Alcoba & Carlos Enrique Saldívar


Franz se sintió perdido, y llevado por un impulso inesperado corrió hacia delante para embestir a Maya. La antigua carcelera de Dachau lo superaba en peso, altura y determinación, pero el esmirriado oficinista de Praga sabía que una estrategia pasiva lo condenaba lisa y llanamente al fracaso. No obstante, un metro antes de chocar con el formidable cuerpo de la mujer, lo pensó mejor y se detuvo, como si el súbito movimiento lo hubiera avergonzado; dio un paso al costado, resoplando por haber ascendido la cuesta en cuya cima se encontraba Maya, sosteniéndole la mirada dijo:
—Maya, su masa me atrae con fuerza inversamente proporcional al cuadrado...
Como ella se desplazó también para seguir enfrentándolo, Franz usó la circunstancia de haber muerto en 1924 para dar un salto de caballo de ajedrez y situarse a espaldas de la carcelera. Todo salió según lo previsto. En breve conseguiría escapar, sólo tenía que reducir a Maya. Había tardado diez años en descubrir el mecanismo de cronodesplazamiento en la sala de mecánica, nadie se dio cuenta de que había diseñado aquel fabuloso dispositivo que ahora usaba como un chaleco gris. Maya no se lo pondría fácil, ella creía tener otro parecido. En Dachau sabían que sus esperanzas de ser libre radicaban en su fallecimiento acaecido hacía cien años. En efecto: el 3/07/2024 Franz saltó al universo de los poetas muertos, invisible a genocidas, filisteos... Maya, sola, gruñía en la ladera rechinando los dientes.


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Invisible – Claudia Isabel Lonfat, Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman


Jota, cuyo trabajo era limpiar los baños de un shopping de lujo, quiso ser protagonista de algo, lo que fuera, pero su vida era chata, se reducía a un circuito donde debía lidiar con inodoros, lavatorios, secamanos y toda la basura femenina que uno pueda imaginar. Su vicio, en los pequeños lapsos disponibles, mientras alguna dama histérica no reclamara su presencia, era espiar desde los espejos, y de reojo, a cuanta fémina se acomodaba el corpiño o la bombacha, como si él no existiera. Nada lo asombraba a esta altura, a decir verdad; las que venían a esa especie de aguantadero no tenían nada sorprendente. Y nada lo había dajado boquiabierto hasta que vio lo que nunca hubiera querido ver. Después se supo: descubrió cómo eran las partes íntimas de los derits de Lujur, esas criaturas venidas de un planeta que había hecho amistad con el nuestro. ¿Y en qué reparó Jota? En que los implementos sexuales de los derit eran absurdos, casi incomprensibles pero, sobre todo, que estaban vivos, que se ensamblaban para el acto sexual y que luego vivían su propia vida, lejos del ser que parasitaban, por lo que tenían una sexualidad prestada, lo que los hacía tan pacatos y moralistas. Pero en contra de lo que los lectores están imaginando, Jota no comentó su hallazgo y se limitó a chantajear a los alienígenas, que de chantajes sabían menos que de sexo. El limpiabaños vive ahora en un planeta paraíso, cerca de la Nube de Magallanes.

Acerca de los autores:
Claudia Isabel Lonfat

lunes, 28 de marzo de 2016

El brujo y los demonios – Luciano Doti, Sergio Gaut vel Hartman & Ada Inés Lerner


La fama del brujo había trascendido por toda la región, y yo fui a su guarida acompañando a mi amigo Leandro, a quien le habían aconsejado ir a verlo por un tema de amores contrariados. El viejo era de raza negra, o al menos mulato; al parecer eso hacía más creíble que fuera poseedor de un saber que, supuestamente, los blancos occidentales ignoramos. Mi amigo hizo su consulta en primer lugar, y me convenció para que luego le siguiera yo. El viejo me miró fijo, sin pestañear; tenía la vista como perdida; estaba, o fingía estar, en trance. 
—Debes luchar contra tus demonios interiores —dijo al fin. 
—¿Perdón? —No hizo ninguna aclaración, dando por hecho que lo había escuchado bien. 
—Si no luchas, ellos te dominarán. Y si lo haces solo, sin la ayuda de un experto, no se irán tan fácilmente. 
—¿Entonces? 
—Yo te puedo ayudar haciendo un “trabajo” de liberación, para que esas entidades no te molesten.
—Nunca he notado que me molesten esas entidades… 
—Tus problemas y nerviosismo se deben a ellos —insistió el brujo. 
Quedé en que, si acaso decidiera hacer ese “trabajo”, regresaría, pero tenía que pensarlo. Créase o no, el poder de la sugestión de estos sujetos es muy grande, y durante los días siguientes comencé a pensar, y acabé por sentir, que lo que me había dicho el viejo reflejaba algo que en verdad me molestaba. Estaba un poco amoscado porque no me gustaba reconocer que un desconocido fuera capaz de ver en mí cosas que guardo celosamente y tampoco estaba dispuesto a admitir que me hablaran de mis demonios interiores. Había evadido recurrir a un psiquiatra o psicólogo profesional y me decía a mí mismo que todo estaba bien, que tenía un buen trabajo, que no me iba nada mal en la vida. Pero ahora este brujo andrajoso…  me recordaba algo que yo quería olvidar. ¿Olvidar qué? Que Mariela había desaparecido, que quizás había muerto. La busqué durante mucho tiempo y no encontré rastros de ella en ninguna parte; los amigos en común eran incapaces de darme datos fidedignos sobre su paradero y nunca había regresado a los lugares que solíamos frecuentar. Lo único extraño era que la vida seguía como si nada hubiera pasado, como si el 18 de agosto de 1994 nunca hubiera existido. Ese día fatídico habíamos firmado el contrato de propiedad de un departamento para irnos a vivir juntos. Pero no hubo futuro, solo seguir y seguir, una sobrevida absurda y sin sentido. Ese duelo marcaba mis horas. Y el brujo maldito que sacaba a relucir el asunto de mis demonios interiores.
Me encontré con Leandro a tomar un café. Después de todo, él era una especie de cómplice de mi incursión en el submundo de la brujería.
—Hay que creer o reventar —dijo Leandro para romper el hielo. Pero yo era un hueso duro de roer.
—¿Qué querés decir?
—Que el negro dio en la tecla, quiero decir. Me solucionó todos los problemas. —Me miró extrañado—. ¿Qué te pasa a vos? Es como si no pudieras aceptar lo que salta a la vista.
—¿Ah, sí? —dije—. ¿Y que salta a la vista?
—Que arrugaste cuando estabas a punto de irte a vivir con Mariela, que la asesinaste para no enfrentar el drama existencial que te mortifica.
—¿Estás hablando en serio? —Empujé el cuerpo hacia atrás y la silla chirrió al frotarse contra el suelo de mosaicos del bar.
—Estoy hablando en serio, Marcelo. 
—¿Quién te dijo eso?
—Tus demonios interiores se lo dijeron a los míos.
No podía creer lo que estaba escuchando de boca de mi amigo, y lo hubiera estrangulado a él también si no fuera porque los demonios interiores, saliendo por todos los orificios de mi cuerpo, me aferraron los brazos y piernas para impedirlo.

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Si los perros hablaran – Javier López, Pablo Martínez Burkett & Héctor Ranea



La historia que perdura es falsa. La escribieron los hombres y sabido es que siempre han necesitado de un héroe. Debo resignarme. Pero ¿qué héroe puede ser quien con sus manos mató a su mujer, hijos y dos sobrinos? El atajo de la locura, claro. Y luego, un nebuloso oráculo que todo lo purifica. Disfraces para excusar una carrera de asesinatos, capturas y robos. Pero yo lo sé: fue por codicia de una corona, por el despojo de un reinado, la insaciable pulsión por mantener el poder a costa de lo que fuere. Y el problema comenzó con su jodido sastre, un bromista que más valía como comida de perro que como bufón. Gracias a él, todo el boato en su presencia, todo el marco fastuoso que daban sus palacios, había caído en el ridículo por hacerle de paño transparente su vestidura. El encadenamiento de sucesos había llevado de su condena al descubrimiento de que el inicuo y su esposa difunta nunca habían cohabitado. ¿Cómo explicar, entonces, la existencia de hijos del matrimonio? La sibila hubo de retirar los cargos por parricidio, reduciéndose a dos los trabajos. El tiempo en que la epopeya lo ubica esforzándose en los otros diez, en realidad lo pasó amancebado con Éurito, que no pudo resistirse al encanto de sus transparencias. La pareja no tuvo descendencia, como era de esperar. Pero llenaron sus días con un perrito al que llamaron Cerbero. Lo demás, son historias.

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