viernes, 1 de abril de 2016

No solo agua trae el Tajo - Juan Alexander Padrón García, Patricio G. Bazán & Sergio Gaut vel Hartman


Mi dueña está triste. No jugamos como todos los días. No corrió junto a mí, por más que tiré de la traílla. Está sentada junto al Tajo, y llora como si quisiera aumentar su cauce.
El amo no está con nosotros. Desde ayer por la noche salió de casa, dando un portazo. Pensé que iba a ir con él, porque descolgó el arco y el cuchillo de monte. Pero salió río arriba solo, con ojos de fiera. De cazador furtivo.
Amanece. Me desperezo despacio, oliendo el nuevo día que ya se siente distinto. Mi dueña no ha salido a saludarme, y el Amo sigue ausente. Hay mucho silencio en el aire, como si una tempestad estuviese juntando fuerzas para luego dejarse caer violentamente sobre todo nuestro mundo.
Como siempre, me acerco a beber a la orilla del río, junto a los sauces: mi lugar preferido. Pero hasta el agua parece distinta: aquí y allá, comienzan a verse algunos hilos rojos.

Meto la mano en el agua y reúno los hilos como si se fueran la cola de un cometa; tiro de ellos y noto que del otro lado hay un bulto enorme, pesado. Lo arrastro con esfuerzo, tirando y tirando hasta quedar exhausto. Recién al mediodía consigo divisar el cuerpo. “El amo está muerto”, dice mi dueña, muerto muerto, se desespera. Sé que yo no fui, que solo deseé tenerla solo para mí, pero de todos modos me siento culpable.

Estrategia y táctica - Sergio Gaut vel Hartman, Daniel Alcoba & Carlos Enrique Saldívar


Franz se sintió perdido, y llevado por un impulso inesperado corrió hacia delante para embestir a Maya. La antigua carcelera de Dachau lo superaba en peso, altura y determinación, pero el esmirriado oficinista de Praga sabía que una estrategia pasiva lo condenaba lisa y llanamente al fracaso. No obstante, un metro antes de chocar con el formidable cuerpo de la mujer, lo pensó mejor y se detuvo, como si el súbito movimiento lo hubiera avergonzado; dio un paso al costado, resoplando por haber ascendido la cuesta en cuya cima se encontraba Maya, sosteniéndole la mirada dijo:
—Maya, su masa me atrae con fuerza inversamente proporcional al cuadrado...
Como ella se desplazó también para seguir enfrentándolo, Franz usó la circunstancia de haber muerto en 1924 para dar un salto de caballo de ajedrez y situarse a espaldas de la carcelera. Todo salió según lo previsto. En breve conseguiría escapar, sólo tenía que reducir a Maya. Había tardado diez años en descubrir el mecanismo de cronodesplazamiento en la sala de mecánica, nadie se dio cuenta de que había diseñado aquel fabuloso dispositivo que ahora usaba como un chaleco gris. Maya no se lo pondría fácil, ella creía tener otro parecido. En Dachau sabían que sus esperanzas de ser libre radicaban en su fallecimiento acaecido hacía cien años. En efecto: el 3/07/2024 Franz saltó al universo de los poetas muertos, invisible a genocidas, filisteos... Maya, sola, gruñía en la ladera rechinando los dientes.


Acerca de los autores:

Invisible – Claudia Isabel Lonfat, Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman


Jota, cuyo trabajo era limpiar los baños de un shopping de lujo, quiso ser protagonista de algo, lo que fuera, pero su vida era chata, se reducía a un circuito donde debía lidiar con inodoros, lavatorios, secamanos y toda la basura femenina que uno pueda imaginar. Su vicio, en los pequeños lapsos disponibles, mientras alguna dama histérica no reclamara su presencia, era espiar desde los espejos, y de reojo, a cuanta fémina se acomodaba el corpiño o la bombacha, como si él no existiera. Nada lo asombraba a esta altura, a decir verdad; las que venían a esa especie de aguantadero no tenían nada sorprendente. Y nada lo había dajado boquiabierto hasta que vio lo que nunca hubiera querido ver. Después se supo: descubrió cómo eran las partes íntimas de los derits de Lujur, esas criaturas venidas de un planeta que había hecho amistad con el nuestro. ¿Y en qué reparó Jota? En que los implementos sexuales de los derit eran absurdos, casi incomprensibles pero, sobre todo, que estaban vivos, que se ensamblaban para el acto sexual y que luego vivían su propia vida, lejos del ser que parasitaban, por lo que tenían una sexualidad prestada, lo que los hacía tan pacatos y moralistas. Pero en contra de lo que los lectores están imaginando, Jota no comentó su hallazgo y se limitó a chantajear a los alienígenas, que de chantajes sabían menos que de sexo. El limpiabaños vive ahora en un planeta paraíso, cerca de la Nube de Magallanes.

Acerca de los autores:
Claudia Isabel Lonfat