martes, 12 de enero de 2016

Con el caballo cansado - Coralito Calvi, Luciano Doti & Marcelo Sosa


Doña Rosita, modista ella, hizo más vestidos de novia que sopas durante toda su vida. Cosía hasta tarde; las clientas la adoraban, y su marido se fugó un día con su mejor amiga, adinerada la mujer, rumbo a Europa. Rosa, siempre sentada en su Singer, lo lloró desconsoladamente por décadas, y le contó a sus hijos, nietos y clientas cómo lo seguía amando. El infiel perdió a su amante en las garras del cáncer y se quedó con todo el dinero de ella. Ya era un hombre viejo, pero no obstante eso, la autoestima incentivada por la riqueza estaba en alza. Así que comenzó a frecuentar bares en busca de mujeres jóvenes. Muchas lo ignoraban; otras, seducidas por el vil metal, fingían aceptarlo; alguna simuló amarlo. Podría haber dudado de la veracidad de ese amor, pero al igual que la feligresía de una iglesia, él necesitaba creer. Cuando decidieron vivir juntos, ella lo convenció de poner la casa y otros bienes a su nombre. Craso error. En menos que canta un gallo lo dejó en la calle. Viejo verde, se dijo con toda razón. Sin un peso y después de un regreso al barrio con más vueltas y retrasos que la mismísima odisea homérica, se presentó en su casa. Allí estaba Rosa, como siempre, cosiendo un vestido de novia con hábiles manos. Al verlo de regreso, se acomodó los lentes desvencijados sobre el punete de la nariz, suspiró hondo, y liberando una sonrisa atrapada en el tiempo le dijo: 
—Lávate las manos; la sopa está lista.

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