martes, 28 de julio de 2015

Cambiar el rumbo - Luciano Doti, María Brandt & Ada Inés Lerner


—Este es el segundo planeta en el que estamos viviendo, pero al igual que en el anterior los sistemas de seguridad son manejados por máquinas que deciden el futuro de los habitantes. Tememos tanto a los ciberataques como a las guerras interplanetarias.
Somos frágiles insectos en sus cálculos. —El orador se detuvo y miró a los presentes—. Esto sirve para recordar que debemos ser cautos, posiblemente en estos momentos nos estén escuchando y viendo… —Sonó un click débil y el orador parpadeó, mientras a sus espaldas se activaba una pantalla. Una fascinante criatura de piel completamente azul y enormes ojos orlados de pestañas, en tres dimensiones, sonreía con una de sus cuatro bocas, mientras las otras tres emitían una melodía deliciosa.
—Para combatir el estrés y hacer frente a los desafíos que nos apremian, nada mejor que adquirir una de nuestras sirenas, maravillas biotecnológicas, capaces de desviar las altas frecuencias, confundiendo a nuestros enemigos y haciendo más seguro nuestro ambiente. Están disponibles desde este mismo momento para este selecto auditorio.

Entre los oyentes había varios interesados. La sirena tenía su encanto. Su sonido era necesario para ahuyentar a cualquier ser que pretendiera atacarlos. Así, esos malditos tendrían que cambiar el rumbo, orientando su ofensiva hacia otra civilización. Adquirir ese espécimen biotecnológico podía significar liberarse de aquella opresión, de esa sensación de vivir con miedo. Lo otro... era un beneficio extra. La sirena poseía cuatro bocas, y todos estaban seguros de que siempre hallarían a cuatro amigos dispuestos a poner la cuarta parte del dinero para comprarla y compartirla.  

Acerca de los autores:

Cuidar al abuelo - Paloma Guzmán, Raquel Sequeiro & Coralito Calvi


Estaban pasando cosas que jamás se imaginó. La última: sus nietos lo pillaron viendo un canal porno. Inmediatamente la ignominia y el rechazo. En otra ocasión, una llamada telefónica; se había ganado un premio. Solo necesitaba proporcionar su número de tarjeta de crédito para cuestiones de trámite. ¡Era una estafa! Le quitaron teléfono y la tarjeta. Un día condujo dos calles en sentido contrario; adiós permiso de conducir y auto. Se preguntó qué más podía perder y, entonces, tomó una decisión: se marcharía a una residencia de ancianos (aunque en lo más profundo de su mente la idea no le pareciese buena en absoluto); tenía que admitir que nadie podía parar sus despistes y rarezas. Se marchó con una pequeña maleta; ahora ya usaba las notas adhesivas, dejó una en la puerta de la nevera; no pretendía que no lo visitaran, así que dejó bien claro el número de teléfono de su nuevo hogar. La puerta estaba toda arañada por el gato. Con esa imagen en mente, tomó la calle resignado hacia su destino: la reclusión voluntaria. El balance de su vida lo acompañaba a cada paso, y, luego de varias cuadras, algo había detonado en su interior: el balance era …positivo, no tenía deudas morales con sus seres queridos, solo estaba… ¡viejo!
Giró lento pero firme sobre sus talones y se volvió. Sonreía como nunca, se sentía pleno y calmado. Abrió, entró, tomó café. "Tendrán que cuidar al abuelo", murmuró.

Acerca de las autoras:
Paloma Guzmán
Raquel Sequeiro
Coralito Calvi

Un minuto antes - Vladimir Koultyguine, Rolando José di Lorenzo & Ana María Caillet Bois


Todo estaba preparado. El traje ligero para la superficie, cuya parte esencial era el respirador, y no el sistema de presión artificial, los instrumentos, la cámara, el rover. Solo faltaba abrir la puerta. Dentro de menos de un minuto, la humanidad pisaría por primera vez el suelo de un planeta fuera del Sistema Solar. Pero algo detenía  en la puerta a la figura enfundada en el traje espacial, con el casco oblicuo: la arena que, bajo la nave, era como la de una playa. Y pisando esa suave arena, se acercaba a la nave una impresionante morocha, que no debería medir menos de dos metros y estaba acompañada por otras mujeres similares. Al fondo se veía un mar de color turquesa, casi sin olas, que se extendía hasta perderse de vista. El astronauta se preguntó horrorizado si lo que veía era la realidad, o estaba afectado por alguna exótica enfermedad del espacio. La chica no dejó de caminar, llegó casi hasta la puerta, pero el astronauta solo veía el mar y el pedazo de playa. ¿Playa?, se preguntó asustado; parecen cenizas. Cerró la puerta con fuerza mientras la muchacha intentaba abrirla. Por la fuerza que empleaba imaginó que no era una muchacha común. Es un robot, se dijo, preparado para matar. Temblando, accionó el sistema de propulsión de la nave. Pudo escapar por milésimas de segundo y, desde la nave, ya ascendiendo, contempló los restos de otra nave, vaya uno a saber de qué visitantes anteriores, que no pudo escapar del encanto de aquellos seres.

Acerca de los autores:


viernes, 24 de julio de 2015

¿Y si solo fue por eso? - Héctor Ranea, Martín Renard & Laura Olivera


La noticia de los altercados entre el rey de Algaña y el de Cerbuoi por motivo del asesinato del heredero al kirolo de oro, el príncipe Sierro a manos de Konkisquio, el ágata, se dio como luto nacional, ordenándose inmediatamente la guerra, a la que se sumaron los de Ingles, los de Jispein incluso, sin hablar de los tuercos, los gremias y, claro, los gallictos, pero en realidad era porque desde hacía dos años los hambrientos habían empezado a comer. Inaceptable. Por supuesto, comer regularmente los había vuelto osados al punto que; crédulo sería pensar que a todos preocupó la suerte de Sierro como para ir a la guerra. Cada uno con su agenda, cada cual con su propio objetivo; era sabido que tanto tuercos como gremias esperaban que la guerra disminuyera las filas del contrario para lanzar un ataque sobre el territorio vecino; como también era sabido que los gallictos guardaban con precioso celo un hijo bastardo del último rey. El amanecer encontró a las tropas de ambos bandos alineadas con sus estandartes en alto, listas para el combate. El rey de Algaña, montado en un caballo negro, enfrentó al rey de Cerbuoi y, cara a cara, se declararon oficialmente la guerra. Los ejércitos chocaron estrepitosamente; el saldo: un baño de sangre. Sus reales majestades cenaron juntos esa noche.
—¿Se nos fue la mano? —preguntó el rey de Algaña.
—Todo sea por el kirolo —respondió el rey de Cerbuoi.

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Pinot Noir californiano – Rogelio Ramos Signes, Daniel Frini & Sergio Gaut vel Hartman


El Rojo apuró un trago del Pinot Noir californiano que le había traído Ray Bradbury. —Dice el Facebook que estuve en Jeffersonville, cerca de New Albany, e incluso muestra un mapa que indica el lugar. No sé por qué asegura eso, si yo no salí de mi casa, en San Miguel de Tucumán.
—¿Está seguro, Rojo? —Berrotarán contempló con avidez la botella, pero no se atrevía a pedir más.
—Claro que ahora que lo pienso con más tranquilidad, me pregunto: ¿no seré sonámbulo, y no lo sabía? ¿O habré adquirido el don de la bilocación, como el Padre Pío?
—El Facebook sabe cosas que ignorás, querido Rojo —dijo Destonevski; no le importaba el Pinot Noir porque se había vuelto abstemio—. No es sonambulismo sino algo mucho más denso: traslación empática tele asistida, mucho más conocida, en el gran País del Norte, por sus iniciales.
—Eso es lo bueno del Facebook —acotó Berrotarán—: se conocen lugares impensados. En el último año, he andado por Lima, Miami y el desierto de Gobi. Y todo con la SUBE, parece. Lo único que espero es que no me aparezca algún reclamo por paternidad.
—¡Chicos, no me asusten! —exclamó el Rojo—. Siempre pensé que era yo el único conductor de mis zapatos.
Berrotarán miró los zapatos del Rojo y se encogió de hombros. Si podía usar unos tarros tan estropeados no iba a reaccionar si le arrebataba la botella de Pinot Noir californiano. Pero Destonevski, ácido como siempre, le echó sal a la herida.
—Es para asustarse, Rojo, ¡por supuesto! Si ponés tu mano como para rascarte una oreja y rápidamente la estirás hasta tocarte el hombro notarás que tus dedos chocan con una tansa, una de las diecinueve que usan los titiriteros de Alfa Ornitorrincus para manejar a un par de millones de seres humanos.
—¡No, la botella no! —bramó el Rojo—; es el único recuerdo que me queda del buen Ray.
—Un par de millones de seres humanos —dijo Berrotarán dejando la botella sobre la mesa y escondiendo las manos detrás de la espalda—. Usted debe ser uno de ellos.
—No —dijo Destonevski con su habitual parquedad—. Yo soy uno de los facilitadores llegados de Kryptón para poner las cosas en su lugar.
—Ah —dijo el Rojo recuperando la sonrisa mientras guardaba la botella en el bargueño—. Creo que conozco a otro que vino de ese planeta.
—Hasta hace un momento —murmuró Berrotarán— creía que bilocarse era volverse doblemente loco. Ahora estoy seguro de que el Rojo estuvo en  San Miguel de Tucumán y Jeffersonville, cerca de New Albany, al mismo tiempo. Lo de Ray Bradbury es una mera fantasía. Mirá si Ray Bradbury va a viajar en avión, con el miedo que les tiene a los aviones, para traerle una botella de Pinot Noir californiano a este. —Empezó a reírse y todavía no ha dejado de hacerlo.

Acerca de los autores.
Daniel Frini
Rogelio Ramos Signes
Sergio Gaut vel Hartman

Condiciones del servicio - Saurio, Köller & Laura Olivera


En este momento no podemos atenderlo. Tampoco vamos a hacerlo en otro momento. La verdad es que no tenemos la más mínima intención de atenderlo, ni a usted ni a nadie. No insista. No insista. Le digo que no insista. Si tiene un problema, jódase, por pijotero. Debería haber comprado un producto de marca reconocida, no esta cagada made in china que nosotros importamos y le pegamos un sticker con nuestro nombre. Lo barato sale caro, querido. Lo miré como si no entendiera lo que estaba sucediendo. Al principio sentí ganas de arrancarle la cabeza de un castañazo, pero de inmediato supe que había algo profundo en el relato de aquel empleado enardecido―. Al final, usted es uno más continuó elevando el tono, se compran el discursito y detrás de él, salen a consumir, ¿y ahora se queja? ¿De qué se queja? No le vamos a devolver nada, porque usted no se merece nada, cáguese por ser esclavo.
Mi buen amigo le dije, impasible. Mucho me temo que usted no comprende: aquí somos todos esclavos, principalmente usted, ahí parado, con esa corbata pelotuda y la actitud, esa actitud, querido amigo, que no hace más que reflejar el espíritu corrupto que este sistema le ha grabado a fuego. Ahora, escuche bien lo que voy a decirle: hay un lugar especial para gente como usted. Mi nombre es Satanás. Junte sus miserables petates porque hoy voy a llevarlo a ese lugar.


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lunes, 20 de julio de 2015

Con los dedos - Cristian Mitelman, Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman


—Acá tiene, don Gregorio —dijo Eusebio tendiéndole unas cuartillas al chacarero, escritor de microficciones en sus ratos libres—. Úselo como base.
Gregorio miró las hojas por arriba y por abajo, de frente y de perfil.
—¿Está seguro? ¿Miró lo que dice acá? —El chacarero leyó:
“Las cosas más importantes del universo, a saber: la inestabilidad de personificación de los neutrinos, el decaimiento de la tasa de expansión del universo y sus consecuencias o viceversa —o vicerveza— sobre el cambio mundial del euro y el dólar, además del famoso dilema del túbulo unificador (o agujero de gusano) y la posibilidad de viajes en el tiempo basándose en la ecuación de Euler...”
—Sí, lo había leído —interrumpió Eusebio—. ¿Qué tiene de particular?
—Escribir una microficción con esto es más difícil que pellizcar un vidrio.
—¡No sea flojo, hombre! ¡Qué va a ser! —Y siguiendo la acción a la palabra, Eusebio puso el pulgar y el índice sobre el parabrisas de la Ranger de Gregorio y pellizcó. El virulo resultante tenía la forma de la galaxia NGC 5679.

Acerca de los autores:


Treponema Pallidum - Saurio, Claudia Isabel Lonfat & Laura Olivera


El resultado de los análisis decía Treponema pallidum. Wikipedia fue más que contundente para darme la respuesta; sífilis. Parece ser que el hijo de puta de Sífilo, y sus amigos, tuvieron la estúpida idea de desafiar, nada más y nada menos, que a un dios griego llamado Apolo y este los castigó con la enfermedad. Se ve que Apolo no tenía vida sexual por eso andaba jodiendo la vida de otros con enfermedades venéreas. O tenía demasiada, ya que acabo de descubrir que, según Wikipedia, Apolo tuvo, al menos, diecinueve amantes femeninas y dos masculinos. O sea, encima de vengativo, binorma y promiscuo. No por nada todos los otros dioses griegos le temían. Tipo de mierda, el tal Apolo. Pero el asunto soy yo, que tengo sífilis y no sé qué hacer... Bah, en realidad sí sé qué hacer, porque el tratamiento de la sífilis es sencillo. Lo que no sé qué hacer es con el hijo de puta que me la pegó. Una parte de mí quiere llamar a Oscar y decirle: querido, me diste sífilis, me llenaste de amor venéreo... o apolíneo... y ahora te fuiste. Pero no quiero llamarlo; necesito mantener ese último vestigio de orgullo que me queda, o que me quedaba antes de su partida y del regalo que me dejó. Así que lo voy a ir a visitar sin avisar, lo mato y después unas inyecciones de penicilina y a otra cosa, mariposa.

Acerca de los autores:
Saurio
Laura Olivera
Claudia Isabel Lonfat

Enseñanza - Cristian Cano, Raquel Barbieri & Patricio G. Bazán


Marino le repetía a sus amigos que él era el novísimo campeón de la bola rebotadora: ellos lo miraban, y hasta a veces esquivaban el cordel rematado con una piedra en su extremo, porque Marino la hacía girar tan fuerte que había momentos en los que se le escapaba de las manos. La bola rebotadora, decía. Y sonreía enseñando los dientes más blancos de todo el barrio. Hasta que una tarde, después de salir del colegio, una nube ensombreció su soleado horizonte. Ignacio era el vecino nuevo, y el nuevo centro de atención de la barriada. Un prestidigitador del yo-yo, cuyas piruetas eran saludadas por todos con vítores y aplausos. Una calurosa tarde, Marino lo desafió a un duelo de habilidades. Su bola rebotadora rugió en el aire, arrancando suspiros asombrados. Sonrió: seguía siendo el rey. Pero un golpe corto y certero del yoyó de Ignacio estalló contra su boca, sembrando la calle de tierra con rojas semillas de porcelana. No pudiendo contener por mucho tiempo las lágrimas que la humillación le provocaba, apretó las mandíbulas y entrecerró sus párpados por el odio que sentía. Esto se tradujo en carcajadas de las chicas, y burlas de los que en otro momento hubiesen bajado la cabeza ante el Titán. El reinado de Marino había llegado a su fin. Ignacio tomó el mando, sabiendo que las ovejas siempre necesitan pastor.

Acerca de los autores:
Raquel Barbieri
Cristian Cano
Patricio G. Bazán

jueves, 16 de julio de 2015

El viaje interior – Rogelio Ramos Signes, Jorge Dujan & Sergio Gaut vel Hartman


Don Juanino, llamado el Tucu por todos los presentes, contempló a la audiencia y preguntó: —¿No fue Micromegas el primer hombre en el espacio? Al menos fue eso lo que siempre me hizo creer Voltaire.
—Perdóneme, don —retrucó un forastero desde otra mesa—, el primer hombre en el espacio fue un arquitecto sanjuanino llamado Azulino Sigmos Rañes, que partió de El Barrial en tiempos de Don Aldo Cantoni montado en un trineo sideral propulsado por veinticuatro perros levitadores. ¿Se acuerda?
—Sí ¡cómo no! —exclamó Juanino golpeándose la frente con la misma mano con que sostenía el vaso de caña—. Recuerdo que lo seguí durante un trecho en un colectivo de la empresa San Juan-Mar del Plata, medio cuerpo afuera de la ventanilla y gritando "Se va a acabar, se va a acabar..." Parece que el tal Azulino Sigmos Rañes no iba solo, y que en la nave había una cama.
—Sí ¡cómo no! —terció don Jorge, el escriba del lugar—. Claro que no iba solo. Iba con su pareja, Rosa Mones Grassi. Yo seguí el evento por LU1 Radio San Juan. Recuerdo que interrumpieron la “Zamba de las Trincheras” para anunciar al mundo la portentosa hazaña de estos cuyanos. Sólo 18 de los perros volvieron; los otros tenían el levitador sobrecargado y se fueron por la tangente de la órbita de Venus.
—Voy a permitirme corregir a don Jorge, sin ánimo de polemizar —dijo Juanino—. Era por LV1. LV1 Radio Colón de San Juan. La primera LV del país. ¡Disculpe la minuciosidad! Y la zamba, tal vez, no sé, en una de esas, era la "Zamba de las tolderías"... Dato a confirmar.
—Perdónenme que me meta —dijo el forastero, a todas luces un porteño arrogante—, pero allá en Buenos Aires tenemos los registros del evento. Y aunque nunca se quisieron hacer públicos para no darle el crédito a los del interior, se supo que Azulino conquistó Venus, dando origen, gracias a cierta inexplicable compatibilidad genética, a una raza de venusinas azules, esculturales y con una exacerbada sensualidad. ¿No llegaron noticias de eso a estos pagos? ¿Azulino nunca se ufanó de su hazaña?

Acerca de los autores:
Jorge Dujan
Rogelio Ramos Signes


Anónimo - Claudia Isabel Lonfat Cristina Chiesa & Laura Olivera


La nota estaba mezclada entre las facturas de luz, gas, y teléfono. En una hoja A4, con letras de revistas prolijamente recortadas y pegadas, decía: “Si no me deja diez mil pesos en billetes de a cien, nunca más volverá a ver a su gata. Estaré en contacto. Un vecino”
Susana salió corriendo para buscar a Nina por todos los lugares donde suele dormir o retozar al sol. No estaba. Y lo que en principio creyó como una posible broma, fue convirtiéndose en algo definitivo y real. Devastada, se sentó a llorar en la cocina; era imposible que alguien como ella consiguiera semejante monto de dinero. Recordó a Nina, sus ronroneos matinales, los ojitos amorosos. La idea de no volver a verla le comprimió el estómago; por un momento creyó que iba a desmayarse. Justo entonces sonó el timbre. Salió y no vio a nadie, pero en el suelo había un sobre. Se apuró a romperlo y leer el contenido.
“A las 10 en la esquina de la panadería”, decía.
Pero, ¿qué significaba esto? Tenía miedo. No obstante decidió ir. Llevaría el cuchillo escondido en un sueter, por las dudas.
En la oscuridad vio una silueta, se acercó y un rostro joven y afable, le sonrió. Le extendió un bulto, ¡era Nina!
Entonces, el rostro amable le dijo:
—Era la única forma de hacerte venir, hace 6 meses que quiero acercarme a vos y no sé cómo. ¿Querés salir conmigo?

Acerca de las autoras:
Cristina Chiesa

domingo, 12 de julio de 2015

Asesinato - Ana María Caillet Bois, Rolando José di Lorenzo & Vladimir Koultyguine


La dama rubia de grandes ojos celestes entró al lujoso vestíbulo del hotel, se encaminó directamente al piso número diez, golpeó suavemente la puerta, esperó que se abriera y sacó de la cartera de cuero de víbora un revólver con terminaciones de nácar. Disparó dos veces, guardó el arma y, caminando con gran elegancia, bajó por la escalera. Tomó un taxi y fue directo a su casa. Entró a su cuarto y se recostó en la cama con la conciencia tranquila, dando final a esa absurda historia. Una mujer como ella no tendría que haber soportado esa relación más de una semana y habían pasado dos años. Días y días pensando como terminar definitivamente con ese novelón, pero ya estaba hecho. Tenía el derecho de reconocer que se había equivocado, aunque no se puede pagar por un error toda la vida. Por eso, el mejor final había sido ese, dos disparos en el pecho que hicieron florecer dos rosas rojas.
Durmió un sueño repleto de ausencias de visiones. Hubo la ausencia del taxi, del hotel, de la ciudad; la del revólver; la de las rosas que el revólver hizo crecer. La cama, los ascensores, todo estaba ausente. Y el gran ausente: el de la sombra de la ausencia de las dos rosas, ambas sobre el pecho. Y la gran ausente: ella, que, al salir de la inmensa ausencia del sueño, se despertó, sacó el revólver y disparó la última bala.

Acerca de los autores:

Infame desafío - Soledad Cruella, Patricio G. Bazán & Héctor Ranea


NO ARROJAR AL INODORO RESIDUOS DE NINGUN TIPO, rezaba cartel en baño de hotel de Merlo. Le costaba acatar órdenes. La lucha entre lo que debía y lo que quería. Esa bulla interna… 
Salió hacia el bar de la Avenida del Sol, nueva ordenanza: EL BAÑO ES PARA USO EXCLUSIVO DE LOS CLIENTES. Apretó los puños, pidió un café.  Abuso de poder y sumisión y esa guerra intestina… Entonces recordó la crema de espinacas del mediodía. “Café mediocre y caro”, rumió mientras exoneraba su carga contra las paredes del minúsculo baño. Antes de salir, contempló su obra, dudando si adjudicarse o no la autoría del mural. Fiel a sus principios, prefirió el anonimato. Ganó la calle, paseando y topándose con más y más restricciones, y gente que lo observaba con recelo. Sospechó que toda la ciudad de Merlo estaba en su contra. O, peor aún, que sus habitantes estaban enterados de todo lo que él estaba haciendo. El salmón debió tener algún cuerpo extraño, ¡estos seres ponían cada cosa! Y encima, luego restringen la posible evacuación de todo eso que llama alimento. Al principio tomó las espinacas pensando que era salmón hasta que el mozo le aclaró que este era despinado, señalándoselo. Ahí comprendió que eso era un animal y que no todos eran bípedos como el mozo o los pájaros o quienes escribían esos carteles intimidatorios. ¡Para la invasión habría que modificar tanto a este planeta!

Acerca de los autores:

El transmisor – Begoña Borgoña, Javier López & Luciano Doti


Mi pensamiento, aunque coherente, es lento; así es mi raza. La pequeña esfera que rueda en nuestra cabeza tarda en recorrer el interior del cráneo y decodificar la información, pero funciona mediante procesos lógicos contundentes. En situaciones de emergencia, se activan células cargadas de mercurio, convirtiendo en rápidas nuestras reacciones. Las toxinas de la orina las reservamos, mezcladas con un líquido venenoso producido por la glándula ptotoriasa, en una vejiga debajo de las orejas y, cuando es necesario, lo expulsamos. Esto origina una oxidación rápida de nuestro organismo y, por tanto, tratamos de limitar el proceso. No obstante, como se sabe, el mercurio es considerablemente pesado, y esta razón ha llevado a un famoso y desaprensivo médico a poner en situaciones de toma de decisiones rápidas a sus pacientes. De esta manera provoca la afluencia y posterior eliminación del mercurio, método conocido como “dieta Dulcano”. El problema es que, conforme adelgazan, los sujetos envejecen y se vuelven estúpidos.
La mayoría de los habitantes con ese problema son jóvenes del género femenino; la obsesión por adelgazar las ha inducido a someterse a esa dieta. Por la lentitud que ha adquirido su sistema de transmisión de reacciones, ya no pueden vivir con el ritmo de la sociedad moderna y son exiliadas en un satélite cercano, donde reciben la visita de varios ejemplares que las eligen como compañía. 
Es que, tras un lifting corrector del envejecimiento, la delgadez las hace lucir muy atractivas.

Acerca de los autores:
Begoña Borgoña
Luciano Doti
Javier López

miércoles, 8 de julio de 2015

Vega, ida y vuelta - Franco Ricciardiello, João Ventura & Sergio Gaut vel Hartman



Cuando la nave aterrizó en un campo de las afueras de la capital, el lugar se llenó de gente temerosa que percibía algo familiar en el aspecto del vehículo. El humo se disipó, se abrió la puerta, apareció un ser que se quitó el casco y agitó una mano.

—¡Pueblo de Vega, traigo un mensaje de paz de la Tierra!
Era mi hermano Roberto, que había partido diez años atrás en una misión interestelar.
—¡Idiota! —gritó alguien a mis espaldas—. ¡Equivocaste el rumbo y estás de regreso en la Tierra!
Enviar la astronave había costado una fortuna, por lo que todo el mundo estaba muy enojado y las autoridades tuvieron de intervenir para que Roberto no fuera linchado. El asunto fue remitido al Supremo Tribunal, que después de discutir durante un año, decidió reenviar al astronauta, pero ahora acompañado por un perro, en realidad un superperro desarrollado por ingeniería genética, lo que impediría que se comportase como un idiota y garantizaría que la misión de contacto con Vega fuera completada.
Diez años después fui testigo del segundo arribo de mi hermano. El superperro nos garantizó que el mensaje de paz había sido entregado, y que los habitantes de Vega lo habían comprendido a la perfección. La mala noticia era que los veganos estaban muy disgustados con nuestros hábitos alimentarios y que iban a desinfectar la Tierra, exterminando a los diez mil millones de seres humanos porque no soportaban la idea de que fuéramos unos asquerosos comedores de cadáveres.

Acerca de los autores:
Franco Ricciardiello
Joao Ventura
Sergio Gaut vel Hartman

Con un pie… dónde - Estefanía Alcaraz, Köller & Claudia Isabel Lonfat


Ángel andaba en bicicleta por Parque Camet. Pedaleaba veloz por el borde del acantilado, disfrutando del vértigo que desata el  peligro de andar a esa altura y con las piedras enormes delos desmoronamientos,  desparramadas por  la playa.
Mientras sonreía y entrecerraba los ojos, que lagrimeaban por el viento, respiraba el olor salino y la frescura del mar. No vio al perro que masticaba los restos de un pescado abandonado por algún pescador, luego, todo fue muy rápido. Con un ágil movimiento intentó evitar herir al can, pero esa maniobra le hizo perder el equilibrio y caer pesadamente a la orilla del acantilado con su pie atrapado en la bicicleta, su cabeza golpeó con una angulosa piedra. El chico perdió la conciencia durante algunos minutos. Un hilo de sangre corría por su rostro. La escena fue observada por un  mendigo que luego de devorar una de sus preciadas sobras, decidió rescatar al niño.
Caminó hacia él con cautela mientras pensaba en  la forma de destrabar el pie del jovencito sin que su vida corriera peligro. Lo tomó con firmeza por uno de los brazos mientras le quitaba la bicicleta de encima. Con suma delicadeza destrabó el pie de Ángel y lo liberó, sujetándolo con fuerza para que no cayera,  y comenzó a levantarlo.
—¿Qué hace, degenerado? ¡Suelte a mi hijo!

Acerca de los autores:
Estefanía Alcaraz
Köller
Claudia Isabel Lonfat

domingo, 5 de julio de 2015

Miedo - Rolando José di Lorenzo, Vladimir Koultyguine & Ana María Caillet Bois



Plena luz, le ardían los ojos, no los podía mantener abiertos. Caminaba hacia el final del valle aunque no veía el lugar de destino. Y esta vez no fallaría, encontraría el preciado arcón de cualquier manera; media vida había pasado buscándolo. Esta vez estaba seguro de que allí estaría, pero tenía miedo, mucho más de lo que hubiera creído. Y mientras seguía caminando no dejaba de pensar en las consecuencias. A cada paso aumentaba el miedo, el desconcierto, pero no podía detenerse. Al pasar por debajo de un naranjo en flor oyó música y una voz que cantaba. Se tapó las orejas: ¡solo le faltaba eso! Caer víctima de Aquellos que Cantan, en pleno día, quizás a contados metros del tesoro. Caminó un poco más, con la cabeza a punto de estallar ya por causa del dolor y la enorme fatiga, temeroso de haber perdido el rumbo. Se destapó las orejas para sumergirse de nuevo en el silencio puro, el de antes de levantarse, en momentos que su creatividad rendía al máximo, y más ahora que estaba a punto de encontrar el arcón; solo le faltaba imaginar que hallaría en su interior... cuando un grito de su padre hizo que se le derramara el café con leche…  y a continuación la voz de su madre.

—Es como dice mamá, este chico está en la edad del pavo, todo el día distraído, vaya a saber en qué nube anda. 
Cuando me convierta en un afamado escritor se darán cuenta que me hicieron perder un arcón lleno de monedas de oro.

Acerca de los autores:
Ana María Caillet Bois
Rolando José Di Lorenzo
Vladimir Koultyguine