lunes, 7 de diciembre de 2015

El cobre - Coralito Calvi, Patricio G. Bazán & Claudia Isabel Lonfat


—Yo sé hacerlo, tranquila —le dijo él. Era casi una niña, estaba embarazada y jamás había participado en un ilícito, pero tenían hambre. Con los pocos pesos de una changa, él compró ganchos y cosas que ella no conocía. Y así, con un frío de morirse, partieron a medianoche en el tren, de colados. Bajaron en un barrio lindísimo, con muchos árboles y techos de tejas.
—Vos haceme de campana, no te asustes —dijo él, y le tocó la panza, mientras pensaba que algo bueno podía ocurrir. La casa era grande y no había gente hasta la noche, según le habían dicho los rateros que venden información en la villa a cambio de paco. Incluso había señales en la calle que lo confirmaban; un par de zapatillas enroscadas en el poste del teléfono significa “vía libre”.
—Si se complica te vas, ¿entendiste? —le dijo dulcemente, en un susurro—. Ella lo miró con expresión agónica, sin contestar nada.
Silencio. Luego, gritos. La noche pariendo luces y ruido. Dos tipos lo sacaron de la casa a la rastra. Un tercero, bien vestido, el dueño o encargado, apuntaba con un arma a la cabeza del improvisado ladrón.
Ella no pudo evitar que escuchara su gemido. Todos la miraron. El hombre mayor la estudió, pensativo, guardó la pistola y le susurró algo a los perros. Suspirando, se acercó a la embarazada y le entregó una tarjeta.
—Llevátelo; que venga a verme mañana a la fábrica, piba.
Algo bueno podía ocurrir.


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