lunes, 1 de febrero de 2016

La llamada – Vladimir Koultyguine, Ada Inés Lerner & Rolando José Di Lorenzo



Al despertar, Alex no veía nada. Ni luz, ni oscuridad. Un inmenso vacío de nada incolora. Eso sucedió en los primeros momentos; luego se fue acostumbrando. Al cabo de un rato descubrió una maraña de hilitos de colores indefinidos. Incapaz de hallar una idea mejor, se dedicó a buscar los extremos de esos hilitos; no tuvo éxito, pero por lo menos así pasaba el tiempo. Ensimismado en este quehacer, comenzó a recordar por qué estaba así. ¿Qué hacía ayer? ¿Qué era ese lugar? ¿Fue una cerveza de más? En un momento se espantó pensando que podía estar enterrado, respirando las últimas gotas de aire. Descartó de inmediato tal suposición porque obviamente ya había pasado más de una hora, y no sentía el menor síntoma de asfixia. De repente oyó sonar un teléfono, pero como si el sonido se produjera dentro de su cabeza. Entonces, ¿no estaba muerto?
—Hola —dijo Alex, por costumbre —, ¿quién es?
—Yo soy Él —respondió una voz de barítono—; usted llamó; ¿qué necesita?
—Para empezar, necesito luz. —Alex estaba fastidiado
—En el espacio no hay luz exterior ¿para qué la quiere? —le contestó Él—. No hay nada que ver.
—Quiero ver adónde estoy, ver a otros, leer —explicó Alex
—Está en el espacio, solo, y sería conveniente que leyera su alma y para eso no necesita luz exterior, sería un gasto innecesario. Debe tener bastante que explicarse a sí mismo para poder responder al Tribunal.
Se escuchó un click, sí, era como si tuviera un chip en la cabeza. Alex quedó perplejo y preocupado. ¡Qué viejo chinchudo y amarrete! ¿Tribunal? ¿Por alguna cerveza de más? ¿Qué era ese cablerío? ¿Una central telefónica? Mejor no la tocaba más. Al menos sabía que no estaba solo. ¿Cuál sería el interno del restaurante? Quería comer y beber una cervecita. Sonó el teléfono y a una voz distinta que le decía:
—No tenemos esos servicios, además no le hace falta. —Luego el click. Eso era suficiente para entender lo que ocurría. Había pasado a un estado diferente, se había convertido en una especie de energía, y si no veía su cuerpo era porque no lo tenía. Dejó de tener dudas: estaba muerto y la primera comunicación había sido con el Creador, y con seguridad la segunda con algún empleado. Debía estar en el temido Purgatorio, en espera del Tribunal, por eso Él le había pedido, más bien ordenado, que analice su alma; luego de eso se lo premiaría o castigaría por toda la eternidad. Él no había matado, ni robado, solo se afectaba así mismo con la bebida, el cigarrillo, las comilonas… Claro estaba lo de las mujeres, la infidelidad, la mujer del prójimo, etcétera. Eso no era tan grave. Lo podría hablar, para eso había sido abogado… Elaboró la estrategia de su defensa y espero el llamado. El llamado se produjo.
—Esto es una previa al juicio, ¿analizaste tu alma? —dijo Él.
—Sí, Señor; y pido perdón por mis culpas y no reniego de tu castigo, aunque fueron cosas meno…
Lo interrumpió la voz de Él que decía:
—Negro, llevátelo… se entregó solo.
—Listo —contestó el Demonio principal.

Acerca de los autores:
Ada Inés Lerner
Vladimir Koultyguine
Rolando José Di Lorenzo

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