domingo, 21 de febrero de 2016

Ajuste de cuentas - Maritza Álvarez, Helga Roberts & Sergio Gaut vel Hartman


Aquellos siete hombres, que habían crecido juntos y en todas sus vacaciones se dedicaban a conocer diferentes lugares del mundo, no sabían lo que iban a encontrar en ese lugar enclavado en medio de la selva amazónica, pero ninguno de ellos quería demostrar temor o aprensiones. Por eso, cuando al escalar una colina de matorrales enmarañados Alonso Ríos sintió algo extraño, como una energía indetectable o como si lo estuviesen vigilando, no dijo nada porque no quería alarmar a los demás. A medida que subía comprobó que la intensidad de la fuerza era mayor, tanta que tuvo que detenerse a descansar un instante. El guía lo observó y sonrió, aunque Alonso creyó detectar en su rostro una sombra siniestra. Ese hombre, pensó, sabe algo de este lugar y aquí pasa algo raro. Hubiera querido acompañar su reflexión con un grito, pero no pudo; su voz se había apagado y sentía las manos adormecidas. De pronto, fue como si estuviera sumergido en una pesadilla de la que no lograba despertar. Sin embargo, sus compañeros no se daban cuenta de que le estaba sucediendo algo y no podían o no querían atenderlo. Se dejó caer y en ese momento el pasaje se oscureció y acto seguido todo lo que lo rodeaba se desvaneció. Perdió el sentido.
Le fue imposible determinar por cuánto tiempo permaneció inconsciente. Y al despertar se vio rodeado por desconocidos. 
¿Dónde están mis compañeros? preguntó, pero los otros lo miraron como que si estuviera desquiciado y no le contestaron. Alonso seguía sintiendo aquella energía, aunque estaba seguro de que se trataba de una pesadilla que había empezado a rodar... ¿o realmente lo habían secuestrado tras suministrarle escopolamina o algún otro alcaloide similar? Tanto fuera una pesadilla como si no, Alonso se sintió muy perturbado; no entendía qué estaba pasando, tampoco alcanzaba a imaginar lo que le esperaba. Pero sus captores sí sabían. Lo encerraron en una choza húmeda, viciada de una hediondez imposible de soportar. Empezó a gritar y su desesperación pudo escucharse por toda la selva, pero nadie acudió a sus demandas. De pronto, un silencio espeso plagó la zona y Alonso se durmió, tal vez agotado de tanto miedo y el terror. Se sumergió en un profundo sueño, que quizás, a su turno, fuera algo soñado, y percibió que una brisa cálida del incipiente verano chocaba contra su rostro feliz y paciente. La sal del mar le acariciaba los pies, parecía que nada lo podría sacar de ese hermoso momento... Pero la sensación placentera no se prologó. Un empujón, una sacudida, y el dolor le estremeció el cuerpo, helado y mojado. Había despertado o caía de nuevo en la pesadilla original. Tenía cortes profundos en la piel y la sangre no coagulaba... corría por sus extremidades ante el frenesí de unos bichos asquerosos que chupaban y chupaban. Alonso solo quería morir, jamás pensó que su propia maldad le jugaría semejante venganza. Recordó a las personas que había asesinado y suplicó compasión. Pensó en sus amigos y en la elección de ese destino... Se estaba encontrando con su propio fin en ese espacio reducido, lo que confería un claro sentido a la tortura que experimentaba... aunque eso no impedía que su cuerpo siguiera desdoblado de la mente.
¿Estás listo? La voz parecía salir del pozo negro que estaba destinado a las necesidades fisiológicas. Alonso advirtió que ese simple detalle le devolvía el sentido a los hechos de las últimas ¿horas? ¿O habían sido días, minutos?
Listo, ¿para qué? logró musitar.
¿Compañeros de aventuras? insistió la voz. ¿Qué te impide pensar que somos los allegados a las personas que mataste?
¿Qué soy? Alonso volvió a sentir que fuerzas incontrolables se apoderaban de su voluntad.
Un repugnante sicario dijo otra voz.
¿Y todos estos años? ¿Nuestros viajes juntos? ¿No somos un grupo de amigos, acaso?
Por toda respuesta, sobre una mesa que Alonso nunca había visto, apareció un arma de fuego, la misma Glock que él había usado para asesinar a tantas personas.
Es un presente de nuestra parte dijo la primera voz. Puedes tomarla y usarla con entera confianza... O seguir en esa jaula hasta que te pudras.
Alonso Ríos gritó durante varias horas más, y solo los pájaros de la selva le respondieron, a su modo. Y también, a su modo, con un frenético batir de alas, saludaron el disparo del final.

Acerca de los autores:
Helga Roberts
Maritza Álvarez
Sergio Gaut vel Hartman


1 comentario:

  1. Gracias ,un honor compartir con dos grandes escritores,sobre todo porque solo soy aficionada e inexperta.

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