sábado, 29 de agosto de 2015

Lo que nos sucedió en las vacaciones - Cristian Cano, Javier López & Begoña Borgoña


Marcela se levantó y, corriendo las cortinas, espió hacia el bosque. Desde la cama escuché a alguien hachar madera. También la vi sorprenderse y taparse la boca, y, agarrándose la cabeza, me observaba a cada rato para constatar que dormía. Pero no era así. Fingía dormir y miraba lo que ella hacía en las noches. Ahora una claridad verde pintaba su rostro y todo el suelo de la cabaña, como si el bosque se hubiera adueñado de ella. Pero, ¿por qué ese resplandor? Faltaban horas para el amanecer y la luna llena no podía inundar de ese modo la estancia. Si acaso, azuzaba a las lechuzas para que emitieran chirridos cada vez más penosos. 
—¿Qué ocurre? —le pregunté, simulando el aturdimiento de quien acaba de despertar. —Ya vienen —respondió Marcela, asumiendo en el tono de su voz un destino ineludible. Pisadas gigantes, monstruosas, derribaban los árboles a su paso, haciéndolos crepitar como si fueran ramas secas. Me surgieron preguntas, pero no logré articularlas, y una angustia feroz paralizó mis entrañas. La puerta se abrió de golpe y apareció un hueco enorme, un vacío abismal que comenzó a tragarse todo. La luz brotó del centro de esa nada para encenderse cual antorcha cegadora y, antes de que mis retinas se fundieran con ella, vi a Marcela consumida por una llamarada negra, arrastrándola hacia el agujero que se cerró abruptamente en la más profunda oscuridad.

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