Heriberto salió camino al trabajo con la cara contracturada por la
preocupación: su mujer, Clotilde, estaba distinta, floreciente, bella. Siempre
había sido tan casera, tan servil, que le sorprendía que de la noche a la
mañana no parara en casa. ¿Estará enferma y no quiere que me entere?, se
preguntó. Pero no, no estaría tan contenta. Iba pensando en los cambios de
Clotilde, cuando de pronto, se detuvo en un semáforo y los ojos se le salieron
de las órbitas y cayeron en medio de la avenida, justo en el momento en que captaron
la imagen de su esposa del brazo de un hombre joven, caminando por la calle
despreocupadamente, con una sonrisa dibujada en el rostro. Se quedó ciego por
un momento, pero pudo escuchar el rechinar de los neumáticos, luego dos o tres
golpes secos. Se había producido un accidente de tránsito. Las explicaciones posteriores
no se entendieron y tal vez, nunca se entiendan, porque el conductor del
Mercedes Benz que fue el que hizo la maniobra peligrosa, repetía aquella frase
como una letanía.
—Frené para no atropellar a un par de ojos.
—Un par de ojos —rió el agente de tránsito—, todos nos accidentamos por
lo mismo. Los medios de comunicación se volcaron a las calles, el debate sobre
el accidente estaba a la orden del día.
—Un par de ojos arrojados a la calzada serían los causantes de una
colisión múltiple en la avenida Simón Bolívar —informaron los noticieros
aquella misma tarde. Los espectadores se rieron, creyendo que se trataba de una
broma, puesto que no habían escuchado nunca antes que a alguien se le cayeran
los ojos, y mucho menos en la calle. Lo cierto es que las primeras imágenes
presentadas por los medios mostraban a Heriberto buscando a tientas sus órganos
visuales en la acera y la calzada. El mismo Heriberto se reía viendo por el
alboroto que se había formado en torno al desdichado incidente, ya que jamás
imaginó que ver a Clotilde en tal situación iba a causar semejante descontrol.
—Esos ojos eran los míos —le contó a un amigo mientras miraban las
noticias tomando un café.
—Estás de buen humor —rió este. De pronto, Heriberto sintió una energía
muy fuerte que emanaba de sus entrañas; descubrió que sus ojos tenían una
potencia que los hacía pujar hacia fuera y la presión ocular fue tan formidable
que los ojos cayeron al suelo... No podía entender semejante fenómeno, por lo que
tardó un buen rato en recuperarse del asombro. Con el tiempo empezó a darse
cuenta que cada vez que surgía esa furia del interior de sus órganos, se
producía la expulsión de los ojos. De modo que armó un plan para cambiar su
vida. Clotilde dejó de importarle, también su empresa y su status social. Por
primera vez en su vida se sentía diferente y libre de escollos sostenidos por
la rutina. Se divorció de su mujer, donó sus acciones a
Acerca de los autores:
Buen cuento.Siempre noticias impactantes suelen cambiar el rumbo de tu vida. Buena metáfora.
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