Ya se advertían las primeras luces de las lunas del planeta al
que arribamos. Descendimos de las naves y nos fuimos instalando, cada familia
en una carpa. Hombres y mujeres solos en otras, y los coordinadores de a dos.
Cristina y yo estábamos muy cansadas y nos dormimos enseguida. A la mañana me
enteré que Julio entró en nuestra carpa.
—Chicas, somos cuatro, ¿hacemos una partuza?
—Le tiré una bota tuya en la cara, ya lo vas a ver —me
contó Cristina.
Salimos de la carpa y todo lucía en orden. Algunos miembros del grupo ya estaban levantados. No así Julio, que no aparecía en esa primera inspección ocular que realizábamos. Eso del turismo interplanetario tiene cierto tono bizarro. Por un lado hay gente que hace el viaje para conocer planetas exóticos, maravillarse con los paisajes, con una noche de dos lunas; por otro están los turistas clásicos, que buscan beber tragos y divertirse como si estuvieran enla Tierra.
Salimos de la carpa y todo lucía en orden. Algunos miembros del grupo ya estaban levantados. No así Julio, que no aparecía en esa primera inspección ocular que realizábamos. Eso del turismo interplanetario tiene cierto tono bizarro. Por un lado hay gente que hace el viaje para conocer planetas exóticos, maravillarse con los paisajes, con una noche de dos lunas; por otro están los turistas clásicos, que buscan beber tragos y divertirse como si estuvieran en
Los coordinadores buscaron a Julio sin éxito:
terminaron avisando a las autoridades locales. Nosotras, en cambio, disfrutamos
bastante de su ausencia.
Corrían rumores acerca de los peligros de mezclarse
con la fauna local, en especial durante la noche, pero eran sólo eso: rumores.
Nos reímos de ellos hasta que una noche volvió Julio.
Asomó una cabeza por la carpa. Luego otra, y otras dos
más. Entonces, aquella cosa multiforme comenzó a gritar:
—Chicas, somos cuatro: ¡hagamos una partuza!
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