Al despertar, Alex no veía nada. Ni
luz, ni oscuridad. Un inmenso vacío de nada incolora. Eso sucedió en los
primeros momentos; luego se fue acostumbrando. Al cabo de un rato descubrió una
maraña de hilitos de colores indefinidos. Incapaz de hallar una idea mejor, se dedicó
a buscar los extremos de esos hilitos; no tuvo éxito, pero por lo menos así pasaba
el tiempo. Ensimismado en este quehacer, comenzó a recordar por
qué estaba así. ¿Qué hacía ayer? ¿Qué era ese lugar? ¿Fue una cerveza de más? En un momento se espantó pensando que podía estar enterrado, respirando las últimas gotas de aire. Descartó de inmediato tal suposición porque
obviamente ya había pasado más de una hora, y no sentía el menor síntoma de asfixia.
De repente oyó sonar un teléfono, pero como si el sonido se
produjera dentro de su cabeza. Entonces, ¿no estaba muerto?
—Hola —dijo Alex, por costumbre
—, ¿quién es?
—Yo soy Él —respondió una voz
de barítono—; usted llamó; ¿qué necesita?
—Para empezar, necesito luz.
—Alex estaba fastidiado
—En el espacio no hay luz
exterior ¿para qué la quiere? —le contestó Él—. No hay nada que ver.
—Quiero ver adónde estoy, ver a
otros, leer —explicó Alex
—Está en el espacio, solo, y
sería conveniente que leyera su alma y para eso no necesita luz exterior, sería
un gasto innecesario. Debe tener bastante que explicarse a sí mismo para poder
responder al Tribunal.
Se escuchó un click, sí, era
como si tuviera un chip en la cabeza. Alex quedó perplejo y preocupado. ¡Qué
viejo chinchudo y amarrete! ¿Tribunal? ¿Por alguna cerveza de más? ¿Qué era ese
cablerío? ¿Una central telefónica? Mejor no la tocaba más. Al menos sabía que
no estaba solo. ¿Cuál sería el interno del restaurante? Quería comer y beber una
cervecita. Sonó el teléfono y a una voz distinta que le decía:
—No tenemos esos servicios,
además no le hace falta. —Luego el click. Eso era suficiente para entender lo que
ocurría. Había pasado a un estado diferente, se había convertido en una especie
de energía, y si no veía su cuerpo era porque no lo tenía. Dejó de tener dudas:
estaba muerto y la primera comunicación había sido con el Creador, y con seguridad
la segunda con algún empleado. Debía estar en el temido Purgatorio, en espera
del Tribunal, por eso Él le había pedido, más bien ordenado, que analice su
alma; luego de eso se lo premiaría o castigaría por toda la eternidad. Él no
había matado, ni robado, solo se afectaba así mismo con la bebida, el
cigarrillo, las comilonas… Claro estaba lo de las mujeres, la infidelidad, la
mujer del prójimo, etcétera. Eso no era tan grave. Lo podría hablar, para eso
había sido abogado… Elaboró la estrategia de su defensa y espero el llamado. El
llamado se produjo.
—Esto es una previa al juicio,
¿analizaste tu alma? —dijo Él.
—Sí, Señor; y pido perdón por
mis culpas y no reniego de tu castigo, aunque fueron cosas meno…
Lo interrumpió la voz de Él que
decía:
—Negro, llevátelo… se entregó
solo.
—Listo —contestó el Demonio
principal.Acerca de los autores:
Ada Inés Lerner
Vladimir Koultyguine
Rolando José Di Lorenzo
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