lunes, 1 de febrero de 2016

La hechicera - María Angélica Vicat, Sergio Gaut vel Hartman & Omar Chapi


La hechicera llegó caminando, gastadas las sandalias por el desierto, y se sentó en el borde de la fuente, mirando las altas murallas a sus espaldas. Inclinada, vio sobre el agua como todo se teñía de sangre. Necesitaba un guerrero. Alguien que la salvara. Se bajó la capucha del manto y su largo cabello rojo cayó y resplandeció al sol... Observó que por la puerta norte entraba un jinete. No tenía para nada el aspecto de ser su potencial salvador. Le calculó unos cuarenta largos y estaba por olvidarlo cuando vio su espada. De inmediato toda su atención se dirigió, con disimulo, hacia él, pero la mente del hombre estaba cerrada, como si la rodeara un muro de piedras. Trató de alcanzarla y se asustó porque se dio cuenta que él lo sabía, sabía quién era ella y se estaba acercando a la fuente. Bajó del caballo de un salto, con una agilidad inesperada y la contempló con unos ojos azul profundo en los que se notaba, bajo el polvo que lo cubría, que era un hombre del norte. El desconcierto la invadió porque nunca antes hombre alguno, sea mago o guerrero, se le había acercado con tanta confianza en sí mismo, y lo peor era que ni siquiera lo reconocía. Volvió a intentar entrar en su mente, pero seguía siendo inaccesible para sus poderes psíquicos; por lo visto ya no tenía la misma fuerza que en otros tiempos.
—No temas, no voy a hacerte daño —dijo, al fin el caballero.
—Ya lo he visto en tu aura — aseguró ella, tratando de ocultar su desesperación.
—En cambio en ti veo desaliento —aseguró él, con aire de solvencia.
—Solo puedes estar aquí por una de dos razones —observó con acierto la hechicera—, para matarme y liberar al pueblo de mis hechizos o para ayudarme a reconquistar el trono del último rey cristiano.
El caballero rió con estrépito; la hechicera tenía intactos sus sueños de grandeza y eso le causaba risa; sin embargo, nunca había visto a alguien con semejante determinación.
—Te equivocas —aseguró él—, no te ayudaría incluso si ese fuera mi destino, tampoco te mataría; hacerlo sería asesinar a alguien indefenso. Soy un guerrero, no un asesino.
Con tanto poder debía ser algo más que un guerrero, ella presentía que él era el elegido, debía encontrar la manera de descubrir su naturaleza, su origen. Pero supo de inmediato que él no revelaría más de lo que deseaba revelar. De pronto, como una iluminación, irrumpió en su mente y su corazón el motivo de la renuencia del caballero.
—¡No eres de este mundo! —exclamó.
Fue el turno del caballero de quedar sumido en la mayor perplejidad. ¿Cómo había…? ¿Cómo pudo saber…? Se recompuso, tocó la empuñadura de la espada, en el que residía el ansible que lo mantenía comunicado con su mundo de origen, y frunció el ceño.
—No soy un ser sobrenatural, si a eso te refieres —se defendió.
—No me refiero a eso —replicó ella con los ojos brillantes de emoción—. ¡Por fin me encuentras! Mi exilio puede terminar.
—¿Tu exilio?
—Hace casi mil años que naufragué en este mundo…
—¿Shylah?
—¡Sí!
—Por fin te encuentro, sublime traidora. —Y extrayendo la espada de su vaina, con un solo movimiento, el guerrero decapitó a la hechicera.



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