Marcos
tarde se dio cuenta de que la tienda de vinilos no era el mejor negocio en
estos tiempos. La acelerada evolución electrónica lo arruinaba todo; en fin, ya
nadie compraba vinilos, resultaba más cómodo y barato bajar música al IPod y
escucharla sin mayor problema. Encima tenía que pagar el elevado costo del
arriendo del local; así que decidió convertir la tienda en un bar para gente de
paso. Conservaría la vitrola y la decoración. Difícil que Marcos se
desprendiese de su amada colección, de la gata amarilla y del placer de oír
discos de jazz mientras se toma un Martini en la vereda. El rústico público de
estibadores y obreros de la construcción, que en medio del bullicio consumía
cerveza tras cerveza, no apreciaba los conciertos de Bill Evans. Empezaron a
pedirle que instalara una televisión para seguir los partidos de la Liga , pero Marcos resistía,
porque su bar, como todo lo que emprendía, debía ser único. Única resultó
entonces aquella pantalla gigante que concedió poner al fondo del Bar. Debió
ser un éxito su estreno. Se jugaba el partido Argentina-Inglaterra pero los
clientes no tardaron en darse cuenta de los poderes del artilugio; al parecer,
bastaba con gritar las órdenes al aparato para que se cumpliera lo pedido.
Cambios sin sentido, marcas que se detenían, jugadores que mutaban en otros.
Argentina perdió por doce goles. Marcos cambió la pantalla por un toro
mecánico. Nadie volvió al bar.
Acerca de los autores:
María Brandt
Martín RenardMaría Brandt
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