El barman preparaba un Old Fashioned. Preocupado porque no encontraba
las naranjas, fue a la cocina y pidió al menos una. El jefe Xinga le dijo:
—Si encuentra una le regalo un sueldo, joven.
Eso lo descorazonó.
—¿Qué pasa, escasez de naranjas? —preguntó.
—Ojalá fuera eso —respondió Carlos, el mozo de lavado—. Me temo que
estamos hablando de invasión, ¿no es cierto, jefe Xinga?
—Las naranjas las están llevando los estelares. La UN les dio prioridad
a ellos, pibe.
—Ya pasó con las patas de chancho en el 2034 —dijo Carlos, una especie
de erudito no reconocido por el registro Julliard de Genios y Precoces—; y con
los marlos en 2047.
—Mucho peor —acotó el jefe Xinga— fue lo que ocurrió en Kirilema.
—¿Qué ocurrió en Kirilema? —dijo el barman, muy cerca del espanto.
—Hace unos veinticinco siglos, yo era pequeño, llegaron unos vagabundos
espaciales del sector Prumitao y arrasaron con los genitales de todos los
machos kirilemos.
El barman captó un guiño cómplice entre Carlos y Xinga. Le estaban
tomando el pelo, así que decidió contraatacar.
—¡Limones! —dijo mientras pasaba a Lucy, la nueva camarera, cuya camisa
parecía tener vida propia.
—¡Limones! —exclamó el jefe con los ojos saliéndose de sus órbitas.
—Tengo su teléfono, si lo quiere…
—¿Qué pides? —preguntó.
—Una naranja.
Distraído, le pasó una que tenía escondida. El barman consiguió su
paga. Y Xinga una cita con Lucy, que para colmo era un travestido.
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