Prepusio Dellapenna le arrebató la porción de torta a la joven princesa
del salame chacarero, la señorita Deisi Barbagellatta, salió corriendo y se
encerró en el baño químico que la municipalidad de Chancho Rengo había
dispuesto para que los asistentes al recital de Sting pudieran hacer sus
necesidades. Eran cuatro mil ochocientos diecinueve asistentes y un único baño
químico.
—Lo perdono por el robo —dijo Deisi en representación de toda la
comunidad chanchorrenguense—, pero salga de una vez.
—¡Jamás! ¡Me quedaré aquí hasta que Sting toque “Apurado y Confundido”!
—Pero… ¡eso no es de Sting!
—¡El del escenario, tampoco!
Cuatro mil ochocientas diecisiete cabezas giraron rápidamente para
verlo: petiso, morocho, con peluca rubia y charango. Apremiado por las
circunstancias, el intendente había contratado de urgencia a un impostor habida
cuenta de lo oneroso que resultaba traer al verdadero. Para sacarlo del apuro,
el Negro Troncoso —medio borracho y urgido gástricamente— emprendió una
vertiginosa versión de “Roxanne”, cantada en un dialecto que Prepusio clasificó
velozmente como uraloaltaico, y que la gente, incomprensiblemente, entendió,
aunque a medias, como esa señora que al escuchar “no te pongas esa luz roja”
entendió que había que meter una linterna entre las piernas y bailar iluminada
por dentro mostrando su esqueleto. Y como la hicieron rabiar, ella y sus
compinches atacaron a la concurrencia. Solo se salvó Prepusio, que sabía algo
de The Police en turco y su tarareo convenció a los agresores. Chancho Rengo,
desolado.
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