Había una vez un perro. Su dueño lo tenía medio muerto de
hambre, pues apenas le daba qué comer. El pobre perro estaba en los huesos y solo
soñaba con comida y más comida. Un día, se le apareció el hada canina.
—¿Qué deseas? —preguntó.
El perro pensó que el hada era tonta, pero no dijo nada.
—Comida, mucha comida —fue lo que dijo.
Y el hada transformó a su dueño en comida. El perro comió
hasta hartarse. Y durmió. Aquel atracón se le hizo indigesto, y pronto comenzó
a tener pesadillas en las que su dueño lo apaleaba por su mala acción. Despertó
violentamente y siguió el rastro del hada como si en ello le fuera la vida.
—¿Qué deseas ahora? —preguntó ella.
—Que me devuelvas a mi dueño y hagas que me alimente como
necesito —respondió en su lenguaje perruno solo comprensible para las hadas.
Ella lo hizo. Su dueño apareció y él notó su estómago nuevamente vacío.
—¿Y el alimento? —protestó el perro.
—Has dicho que te alimente como necesitas. Puesto que no
pareces demasiado listo, lo mejor será que no comas nada; el hambre agudiza el
ingenio.
El perro, indignado, saltó sobre ella y se la comió. Como el
hada era inmortal, cada vez que la digería, volvía a aparecer en su estómago.
Desde entonces se rumorea que hay un perro que nunca come. Solo bebe agua,
bosteza y duerme a pierna suelta todo el día.
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