lunes, 28 de marzo de 2016

El mundo mentiroso - Juan Manuel Montes, Juan Manuel Valitutti & Fernando Naranjo Espinoza



He sobrevivido al primer viaje interestelar. Los huesos de los demás estaban pulverizados en sus nichos. ¿Responderá la computadora del navío a las preguntas que me formulo atemorizado? Mientras tanto, un sol hermoso y prometedor brillaba detrás de Uqbar, que ofrecía grandes continentes de luz… En Uqbar tropecé con la mentira. He soportado por meses sus caprichos ecológicos, sus temblores, sus necedades y a un ser que afirma ser único en su mundo. ¿Qué demanda evolutiva produjo este mundo mentiroso?
—¿Computadora?
—No. No más. Yo soy Uqbar, y Uqbar soy yo. Soy la mentira, pero no la pregunta que la desnuda. 
—¿Eres…?
—El punto de la no evolución. Soy en el paréntesis de tu paso, vasto y necesario. Ya he tenido suficiente. ¿Único en el mundo? ¡Bah! Le he dado la espalda y me he retirado al desierto dorado, más allá del río de lava; y, sin embago, me sigue; me sigue y me repite: Soy Uqbar.

Acerca de los autores:
Juan Manuel Valitutti
Juan Manuel Montes
Fernando Naranjo Espinoza

jueves, 24 de marzo de 2016

De apuro – Héctor Ranea, Patricio G. Bazán & Sergio Gaut vel Hartman



Prepusio Dellapenna le arrebató la porción de torta a la joven princesa del salame chacarero, la señorita Deisi Barbagellatta, salió corriendo y se encerró en el baño químico que la municipalidad de Chancho Rengo había dispuesto para que los asistentes al recital de Sting pudieran hacer sus necesidades. Eran cuatro mil ochocientos diecinueve asistentes y un único baño químico.
—Lo perdono por el robo —dijo Deisi en representación de toda la comunidad chanchorrenguense—, pero salga de una vez.
—¡Jamás! ¡Me quedaré aquí hasta que Sting toque “Apurado y Confundido”!
—Pero… ¡eso no es de Sting!
—¡El del escenario, tampoco!
Cuatro mil ochocientas diecisiete cabezas giraron rápidamente para verlo: petiso, morocho, con peluca rubia y charango. Apremiado por las circunstancias, el intendente había contratado de urgencia a un impostor habida cuenta de lo oneroso que resultaba traer al verdadero. Para sacarlo del apuro, el Negro Troncoso —medio borracho y urgido gástricamente— emprendió una vertiginosa versión de “Roxanne”, cantada en un dialecto que Prepusio clasificó velozmente como uraloaltaico, y que la gente, incomprensiblemente, entendió, aunque a medias, como esa señora que al escuchar “no te pongas esa luz roja” entendió que había que meter una linterna entre las piernas y bailar iluminada por dentro mostrando su esqueleto. Y como la hicieron rabiar, ella y sus compinches atacaron a la concurrencia. Solo se salvó Prepusio, que sabía algo de The Police en turco y su tarareo convenció a los agresores. Chancho Rengo, desolado.


Acerca de los autores:

La naranja – Héctor Ranea, Javier López & Sergio Gaut vel Hartman


El barman preparaba un Old Fashioned. Preocupado porque no encontraba las naranjas, fue a la cocina y pidió al menos una. El jefe Xinga le dijo:
—Si encuentra una le regalo un sueldo, joven.
Eso lo descorazonó.
—¿Qué pasa, escasez de naranjas? —preguntó.
—Ojalá fuera eso —respondió Carlos, el mozo de lavado—. Me temo que estamos hablando de invasión, ¿no es cierto, jefe Xinga?
—Las naranjas las están llevando los estelares. La UN les dio prioridad a ellos, pibe.
—Ya pasó con las patas de chancho en el 2034 —dijo Carlos, una especie de erudito no reconocido por el registro Julliard de Genios y Precoces—; y con los marlos en 2047.
—Mucho peor —acotó el jefe Xinga— fue lo que ocurrió en Kirilema.
—¿Qué ocurrió en Kirilema? —dijo el barman, muy cerca del espanto.
—Hace unos veinticinco siglos, yo era pequeño, llegaron unos vagabundos espaciales del sector Prumitao y arrasaron con los genitales de todos los machos kirilemos.
El barman captó un guiño cómplice entre Carlos y Xinga. Le estaban tomando el pelo, así que decidió contraatacar.
—¡Limones! —dijo mientras pasaba a Lucy, la nueva camarera, cuya camisa parecía tener vida propia.
—¡Limones! —exclamó el jefe con los ojos saliéndose de sus órbitas.
—Tengo su teléfono, si lo quiere…
—¿Qué pides? —preguntó.
—Una naranja.
Distraído, le pasó una que tenía escondida. El barman consiguió su paga. Y Xinga una cita con Lucy, que para colmo era un travestido.


Acerca de los autores:

El huevo de Troya – Judith Shapiro, Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman




Acabo de leer un cuento, uno breve, muy breve, de esos a los que llaman microficciones. En el cuento se cuenta que una chica adicta a la ingesta de huevos enteros sin pelar (¿a quién se le ocurre?) estaba viajando por la ruta en un auto prestado cuando le dio uno de esos ataques compulsivos, diría yo, que la inducen, la conminan a tragarse un huevo. Parece que el huevo era un poco más grande de lo que habitualmente son los huevos y la pobre adicta se atragantó con él. En el cuento los autores (porque los autores son dos; no me explico la necesidad de juntar dos personas para escribir algo tan breve, allá ellos) no se explica el origen, la procedencia del huevo. Pero acotan que se desmayó, que se puso azul (esto es un agregado de mi cosecha, pero parece ser la consecuencia natural del incidente) y que el marido la llevó al hospital para que se lo extrajeran. Y a continuación los autores toman distancia con lo escrito argumentando que tamaña adicción es cosa de ciencia ficción. La cosa termina ahí, o casi, ya que la última información vertida es que la ovoadicta sigue internada y que “mañana” se lo quitan. ¡Ah, maravillosa intemporalidad de las ficciones! “Mañana” puede ser ayer, el mes pasado, hace diez años. ¿Les parece que uno puede permanecer indiferente ante semejante incertidumbre? ¿Y si no pudieron remover el huevo a tiempo y la chica se murió ahogada? ¿Y si el huevo era un huevo de furhan, esos ovíparos reptiformes de Gulguta? ¿Y si el huevo alcanzó el punto de ruptura dentro del sistema digestivo de la chica, se rompió la cáscara y el pequeño furhan trató de salir al exterior usando sus uñas como dagas de ocho centímetros? ¿Y si ese es el método que han ideado los de Gulguta para invadir la Tierra? ¿Eh?

Acerca de los autores:

domingo, 20 de marzo de 2016

Hermafroditas de Betelgeuse 7-22 – Héctor Ranea, Javier López & Sergio Gaut vel Hartman

 

—Me temo que usted se está transformando en un terrorista, Markel.
—No; asesino, más bien, mi querido Rafel. Con métodos extremos, sí. Como lo que ocurrió en Betelgeuse 7-22.
—¿Verdad que fue una masacre? —se angustió Rafel.
—Es que los cuentos me explotan en los dedos. Soy un asesino literal —se confesó Markel.
—Desintegra todo. Ni letras quedan.
—Soy un desastre. Incluso, mirándolo bien, este cuento está condenado.
—¡Ay! No sea así. Al menos amémonos antes de que todo explote.
—Creo que tenemos unos segundos antes de que ocurra, lo que a escala cósmica es una eternidad.
—Pero determinemos qué sexo nos toca esta vez. ¿Lo hacemos por sorteo o licitación?
—Espere, espere, que no he traído la moneda de cinco caras.
—Tiremos un dado.
—Sobraría una cara.
—Dejemos que el más puro azar decida.
—Está bien. Si ese meteorito —señaló a una altura de unos setenta grados—, que parece dirigirse a toda velocidad hacia nosotros, no nos impacta, te cabalgaré como una amazona desbocada mientras tarareas La Cabalgata de las Valkirias.
—¿Y si impacta?
—Entonces la cagamos, idio…
No tuvo tiempo para pronunciar el insulto. El meteorito impactó. Y entre los dedos de Rafel, también explotó este cuento.

Acerca de los autores:

Derecho a saber - Laura Olivera, María Brandt & Koller


“Usted no se da cuenta, pero yo le estoy haciendo un favor. Tómese un minuto para pensarlo: ¿por qué habría yo de presionarlo a tomar semejante decisión? Yo no tengo nada que ganar; tampoco nada que perder. Me limito a hacerle llegar estos tristes hechos porque usted está directamente involucrado y porque creo que tiene derecho a saber. La historia (su historia) juzgará si fue acertado escribirle esta carta. Ahora bien, también es cierto que todo tiene su precio…”
Frené la lectura de inmediato. Me temblaban las manos, el corazón me rompía el pecho. Sentí que mi vida estaba a punto de cambiar para siempre. Debía decidir ahora, si seguía leyendo o tiraba la carta a la basura. ¿Y encima hay un precio? ¿Y mi precio? ¿Y si me entero de algo que no puedo soportar? Tenía que elegir entre la comodidad que me ofrecía la cobardía, o el dolor que trae la luz del saber.
Prendí la hornalla. Y acerqué la ingrata carta. Era agradable ver como ardía. Después quemé las otras cartas de la empresa, y las facturas impagas y después el resumen del banco y los imanes. Era un poco gracioso como se retorcían al quemarse.
Un soberbio espectáculo el fuego.
¿Sabe?, yo soñaba siempre con incendios, de chico quería ser bombero. Con ese hermoso uniforme que usted tiene, soñaba y con salvar vidas. Porque lo importante, es la Vida, oficial. Lo importante es la Vida.

Acerca de los autores:

La casa de huéspedes – Ana María Caillet Bois, Raquel Sequeiro & Claudia Isabel Lonfat


Ana era una mujer infeliz debido a que, por razones económicas, debía albergar en su casa con una variada fauna de pensionistas. Algunos le caían bien y otros le parecían absolutamente indignos de confianza, lo que permitía suponer que tarde o temprano ocurriría algún hecho funesto. Por eso no se sorprendió cuando a principios de mayo una chica cuyo nombre ignoraba apareció muerta en la cocina, degollada en medio de un charco oscuro y pegajoso de sangre que teñía los innumerables tatuajes de su cuerpo, como si fueran el mapa de una vida oscura. También tenía una marca de color naranja en la cintura, aparentemente hecha con un sello entintado. Ana salió corriendo detrás de Albert, que intentaba huir por la ventana; rápidamente lo alcanzó, lo ató a la manija de la puerta con el cable del teléfono y llamó a la policía. Albert, que no parecía capaz de matar a una mosca, un sujeto al que Ana apenas recordaba, era el asesino.

Los investigadores encontraron la misma marca de en la cintura de varias mujeres asesinadas en los últimos años: una amapola anaranjada. Nadie pudo relacionar esos crímenes con el pasado de Albert, ya que el hombre había perdido la memoria tras un trágico accidente automovilístico en el que murió toda su familia. Y mucho menos descubrir que en el parabrisas del camión tanque que embistió al Volkswagen de Albert, había una bonita calcomanía de una amapola anaranjada.

Acerca de las autoras: