Vito desapareció. Lo busqué por
los lugares donde solíamos pasear cada tarde, también por los alrededores.
Nada. Pegué fotos en cada cuadra, en las vidrieras de los negocios. Le pregunté
a cada vecino. Nadie lo había visto. Decir que Vito se perdió sería injusto,
porque él no era un perro común y corriente; sí, ya sé que todos dicen que su
mascota es única y la más inteligente, pero en el caso de Vito es cierto. Lo
encontré caminando por la costa, como todas las mañanas para oxigenar mi
sistema circulatorio, mi silueta y en mi cerebro, se aclaran las ideas. Vito
comenzó a seguirme y llegamos hasta el Faro, luego volvimos. Lo despedí varias
veces, no hizo caso y cuando llegué al departamento se sentó al lado de la
puerta y no se movió de allí. Lo llamé Vito en honor a Vito Dumas, porque lo
encontré o él me encontró frente al mar
Llegado un atardecer un viejo
pescador al verme llorar sentada en la costanera intentó consolarme revelándome
la supuesta historia de Vito.
—La mayoría de las cosas que recordamos están muertas, señora.
Vito es la energía de la ilusión de un ser no nacido. Murió hace mucho dentro
del vientre de su madre, una perra que salvó, allá en la villa, a toda mi familia
de morir en un incendio. Vito coexiste con intermitentecias entre soledades
humanas muy especiales. Sentirse agradecido por la experiencia maravillosa es
la mejor manera de no sufrirlo.
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