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lunes, 28 de marzo de 2016

El mundo mentiroso - Juan Manuel Montes, Juan Manuel Valitutti & Fernando Naranjo Espinoza



He sobrevivido al primer viaje interestelar. Los huesos de los demás estaban pulverizados en sus nichos. ¿Responderá la computadora del navío a las preguntas que me formulo atemorizado? Mientras tanto, un sol hermoso y prometedor brillaba detrás de Uqbar, que ofrecía grandes continentes de luz… En Uqbar tropecé con la mentira. He soportado por meses sus caprichos ecológicos, sus temblores, sus necedades y a un ser que afirma ser único en su mundo. ¿Qué demanda evolutiva produjo este mundo mentiroso?
—¿Computadora?
—No. No más. Yo soy Uqbar, y Uqbar soy yo. Soy la mentira, pero no la pregunta que la desnuda. 
—¿Eres…?
—El punto de la no evolución. Soy en el paréntesis de tu paso, vasto y necesario. Ya he tenido suficiente. ¿Único en el mundo? ¡Bah! Le he dado la espalda y me he retirado al desierto dorado, más allá del río de lava; y, sin embago, me sigue; me sigue y me repite: Soy Uqbar.

Acerca de los autores:
Juan Manuel Valitutti
Juan Manuel Montes
Fernando Naranjo Espinoza

lunes, 9 de noviembre de 2015

La entrada del abismo - Fernando Naranjo Espinoza, Omar Chapi & Alejandro Bentivoglio


Subiendo por el estero, encontró una charca que no recordaba haber visto antes, pese a sus constantes recorridos por el lugar. En el agua nadaban dos peces de singular tamaño, que de tanto en tanto, se refugiaban bajo una pequeña piedra. Pensó que sería fácil hacerse con ellos, por lo que se quitó la ropa y entró al agua. Metió la mano por la pequeña abertura y tocó un pez que retrocedió un poco y se puso fuera de su alcance. Rápidamente urdió la trampa. Taparles la retaguardia, empujarlos desde atrás… Y atraparlos. Los peces forcejearon, se batieron como machos, se puede convenir que fueron valientes pero él, todo mojado y precipitado de bruces sobre el porvenir solo vio la sartén, el aceite hirviendo, los limones, el plátano asado… Y sucedió como en su más hambrienta visión, hasta que le sobrevino la primera arcada y ese dolor maldito que se apoderó de sus intestinos. 
—Agua —clamó temblando de dolor—, agua. 
Pero no escuchó nada, ni recibió respuesta alguna. Solo sintió que el cielo se oscurecía y que su cuerpo se iba haciendo pequeño, que se iba hundiendo en un vapor que le ganaba cada partícula y moverse era ya un gesto inútil, porque no quedaba nada más que boquear sin aliento en medio de un fuego que se presentía. 
Y alguien que daba vuelta la sartén y él que se sacudía dócil en ella. Sin entender demasiado lo que sucedía.

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