—Este es el segundo planeta en el que
estamos viviendo, pero al igual que en el anterior los sistemas de
seguridad son manejados por máquinas que deciden el futuro de los
habitantes. Tememos tanto a los ciberataques como a las guerras
interplanetarias.
Somos frágiles insectos en sus
cálculos. —El orador se detuvo y miró a los presentes—. Esto
sirve para recordar que debemos ser cautos, posiblemente en estos
momentos nos estén escuchando y viendo… —Sonó un click débil y
el orador parpadeó, mientras a sus espaldas se activaba una
pantalla. Una fascinante criatura de piel completamente azul y
enormes ojos orlados de pestañas, en tres dimensiones, sonreía con
una de sus cuatro bocas, mientras las otras tres emitían una melodía
deliciosa.
—Para combatir el estrés y hacer
frente a los desafíos que nos apremian, nada mejor que adquirir una
de nuestras sirenas, maravillas biotecnológicas, capaces de desviar
las altas frecuencias, confundiendo a nuestros enemigos y haciendo
más seguro nuestro ambiente. Están disponibles desde este mismo
momento para este selecto auditorio.
Entre los oyentes había varios
interesados. La sirena tenía su encanto. Su sonido era necesario
para ahuyentar a cualquier ser que pretendiera atacarlos. Así, esos
malditos tendrían que cambiar el rumbo, orientando su ofensiva hacia
otra civilización. Adquirir ese espécimen biotecnológico podía
significar liberarse de aquella opresión, de esa sensación de vivir
con miedo. Lo otro... era un beneficio extra. La sirena poseía
cuatro bocas, y todos estaban seguros de que siempre hallarían a
cuatro amigos dispuestos a poner la cuarta parte del dinero para
comprarla y compartirla.
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