Julieta llevaba horas sentada en su
escritorio. Suspiró por enésima vez y elevó la vista para observar
la escena: un cenicero mugriento, una hoja en blanco, un viejo lápiz
y una pila de bollos de papel. ¿Puede que fuera tan difícil
encontrar un final feliz? ¿Por qué Matías le había pedido
semejante milagro? ¿Acaso ya no lo atraía su oscuridad? ¿Y si ya
no me ama? Pensó mientras desistía una vez más. De inmediato,
levantó el teléfono.
―¿Hola? Pasame con Romeo… Hola,
Romeo, soy yo.
―¿Qué hacés, Juli?
―Oíme una cosa: este tío tuyo que me
pusiste como editor es un romántico de mierda: me pide un final
feliz.
Oyó risas al otro lado y estalló en
furia.
―¿De qué te reís? Sabés que soy
oscura y me revienta la alegría.
―Es que así somos los Montesco, Juli.
Somos buena onda.
―¿Te estás burlando? ―preguntó,
casi en llanto―. ¿Es
que ya no me amás?
―No. El que ya no te ama es Matías.
―Pero, vos, ¿me amás?
―Ay, nena. Si yo al que amo es a
Mercutio. ¿Acaso te habías olvidado que soy gay?
―Es que me olvidé de tomar la
medicación.
―Hablando de eso... ¿te acordás de
la pendeja que quedó en coma por una sobredosis de somníferos?
―Sí..., eso fue como hace cien años.
―Bueno, pasó un príncipe, la besó
y se despertó.
―¡No!
―Sí, nena. Ahí tenés tu final
feliz.
―Gracias.
Acerca de los autores:
No hay comentarios:
Publicar un comentario