Comienza una disputa grosera
entre Adam, esposo engañado y Simón amante falso. Simón acusa a Adam de no
haber sido capaz de cuidar a su esposa, y Adam le retruca sobre la falsedad de
su amor hacia la mujer. Simón dice que su falsía fue una sola, pero que Adam
cometió tantas falsedades como mujeres engañó. Intercambio de afrentas. Adam
agrede a Simón recordándole que él está allí presente mientras hablan, entonces
todo el mundo conoce su infamia.
¡Que jactanciosos son los dos! Olvidan
que escucho la conversación; ni uno ni el otro han pronunciado nunca la palabra
“amor”. Tú, Adam, mi esposo, ¿crees que mereces el lugar preponderante que
ocupas en las revistas y los programas del corazón? Y tú, Simón, jurando tu
amor por mí eras capaz de soltar lágrimas que yo creí sinceras y eran
mentirosas. ¡Cómo pueden ser tan hipócritas! ¡Que tonta he sido! Y encima me
sentía culpable de engañar a uno o al otro. ¿Quién podría culparme? Nunca
hubiera buscado un amante si no hubiese tenido que soportar mi esposo para
salvar un matrimonio que nació náufrago. Se insultan, gruñen, confabulan y
acuerdan. Infamia con infamia se esconde. Mi cuerpo todavía sigue ahí, en el
centro de la habitación, como un recordatorio de lo que siempre fui para ellos:
un pedazo de carne, un símbolo de poder.
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