Nunca nos pusimos de acuerdo
con cuáles fueron las circunstancias que desencadenaron el extraño evento, pero
sí en que fue el 5 de abril cuando todas las gallinas del pueblo comenzaron a
poner huevos verdes. Recuerdo perfectamente aquella mañana, porque resultaba
inusual que Lisandro entrara al boliche a tomarse una ginebra tan temprano.
—¡Verdes y brillantes, como
ojos de gato! —repetía consternado, una y otra vez. Pero no fue el único que
vino con necesidad de hablar del suceso. Tras él entró Heliodoro. Era un gallo
viejo que conservaba la costumbre de desplumarse las patas como en sus años de
peleador. Como buen alcalde cantaba las horas para el pueblo y le molestó que
se le adelantaran con el cuento y la ginebra.
—Las gallinas no dicen ni
"pío", Anacleto asegura que fue el ventarrón de anoche pero
yo he visto sombras saliendo y
entrando en todas las casas. Son verdes como ojos de gato— coreó finalmente a
Lisandro.
En eso estábamos cuando entró
el Perdiz Fuentes en un estado de ebriedad calamitoso. Se arrimó al mostrador y
pidió un ajenjo ¡Qué tipo más afrancesado! Lo buscaba la justicia por matón de
frondoso prontuario. De una sentada se tomó su licor y nos gritó con sorna:
“amigos míos, vengo a entregarme pero sepan que volveré y seré millones.” Ahí
fue cuando nos cerró todo y entendimos el tema del mestizaje. En vez del perro
nos habían metido la perdiz.
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