Leonor Muirchertach me dio un recado para su
madre, la planchadora del circo, doña Ethel Donaugh quien era la única que
lograba que los plisados del traje del enano Barefoot permanecieran
aproximadamente en su lugar. Cuando llegué, Ethel peleaba con el tutú de
Blathmint, la ecuyere recién llegada. En el papel, había un dibujo con un
corazón y unas palabras en gallego que no alcancé a traducir, salvo una:
venganza. Se me heló la sangre. ¿Venganza? ¿Esas dulces damas?
Quizá la respuesta debiera buscarla en Hugo
Schututch, el forzudo de bigotes engominados que vestía una camiseta de rayas
en la que Ethel parecía no haber puesto su proverbial esmero. Adiviné que el
paquete que marcaba bajo sus mallas era tan artificial como el resto de sus
músculos. De hecho, podía intuirse perfectamente la forma cilíndrica de un
frasco de anabolizantes que ocultaba fingiendo unos atributos acordes con su
aspecto hercúleo. Quizá bajo la carpa nada era lo que parecía. Tal hasta fuera
cierto que el fenómeno mayor, Austruk, el bicéfalo de quince centímetros y
cerebro externo, era, como sostenía Leonor, un extraterrestre abandonado a su
suerte hace mil años, en una catacumba de Petra. Y venganza era lo que clamaban
todas las mujeres del circo, las nombradas y Zulmah, la barbuda, y Junina, la
contorsionista. Todas y cada una de ellas argumentaban que Austruk, tras ver
una bizarra película de Pedro Almodóvar, imitaba las andanzas del enfermero los
primeros y terceros martes de cada mes. Pero yo no lo creo.
Acerca de los autores:
Excelente relato de dos grandes cuentistas.
ResponderEliminarExcelente relato de dos grandes de las letras.
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