Durán se levantó de la cama y apenas tocó
el suelo comenzó a hundirse. No es que se partiese el suelo, sino más bien un
calmo desplazamiento que quizá llevara al piso de abajo o a algo desconocido.
Intentó agarrarse de la cama, pero solo consiguió arrastrar la frazada y luego
la sábana mientras su cuerpo se seguía deslizando y sentía un frío en la parte
baja que no se asemejaba a nada que hubiese experimentado antes en su vida.
Estaba sumergido en el piso hasta las rodillas cuando se le ocurrió que la
explicación más obvia para ese extraño fenómeno que estaba padeciendo era la
mejor: es un sueño, se dijo, una pesadilla de la que voy a despertar en
cualquier momento. ¡Ahora! Pero no despertó, por supuesto. Ya hundido hasta la
cintura trató de zafar de esa ominosa posición apoyando las manos, lo que no
sirvió de nada: las manos también se hundieron. ¿Moriré asfixiado?, pensó
angustiado Durán. Con ya media cara dentro del piso, la nariz congelada hasta
la inanición, Durán se propuso respirar por branquias. Era su sueño, podía
hacer lo que quisiera, incluso terminar en el piso de abajo, viendo su programa
de TV fetiche en el salón de su vecino Erns. Las branquias le molestaban un
poquito, claro está, pero recordó que habían anunciado que la ciudad quedaría
sumergida y que la evolución tendría que ser dolorosa, una metamorfosis
completa en menos de una hora.
Acerca de los autores:
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Una metamorfosis, que lleva a ver el final.
ResponderEliminarMuy bien.
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