viernes, 21 de agosto de 2015

Cuatro sombras - Raquel Barbieri, Begoña Borgoña & Patricio Bazán


Siempre me había parecido extraño que las cuatro hermanas fuesen solteras y que vistieran de idéntico modo: jumper negro de sarga por la mitad de la pantorrilla, delantal blanco manchado, pañuelo gris en la cabeza, medias corridas de muselina, y zapatos viejos ostentando la escultura de los juanetes de quienes los calzaban. Ellas tenían la costumbre de sentarse en la puerta de su casa a tomar el fresco vespertino, y al pasar por allí, un hedor rancio me hacía llorar.
Como muñecas de una feria, giraban al mismo tiempo las cabezas para seguir mi paso, los ocho ojos secos miraban mi caminar decidido, la envidia multiplicada rezumaba hasta cubrirme con un manto espinoso que calaba mis sentidos. Por más que intentaba impedirlo, siempre me alejaba de ahí con presentimientos que me acompañaban hasta por varios días; llegaba a mi mente el recuerdo de los pies alzándose y tocando el suelo, alternadamente, cuando las hermanas, impasibles, se balanceaban en sus mecedoras.
Huí de ellas. Crecí, amé, formé una familia que fui perdiendo con los años, cambié de barrio, costumbres, empleos; pero las hermanas esperan allí, marcando el ritmo cíclico de las estaciones, devanando la madeja del Tiempo para volverla a ovillar; fatales e inconmovibles, como las cuatro caras de la Luna.
Hoy, casi una anciana, mareada por las vueltas de la vida, he regresado para cerrar el círculo. He pasado por su puerta, y hay una mecedora vacía que me espera.

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