martes, 25 de agosto de 2015

Expansión de la conciencia - Sergio vel Hartman, Omar Julio Zárate & Lucila Adela Guzmán


Necesitado de alguna droga que activara su adormecido cerebro, Hugo Mortimer fue al dispensario del barrio y pidió que le recetaran algunos estimulantes, pero el doctor Yebra le dio unas drogas de diseño, tan inofensivas que hasta un niño podría haberlas ingerido. Además, el efecto de los fármacos duró muy poco tiempo y Hugo se dirigió al centro para tratar de conseguir algo más potente.
—Te’go a’go que te hará vo’ar —dijo Lupus Gore, el mayor traficante de la zona.
Había ya probado tantas que dudó, pero ya estaba allí, no era cuestión de echarse atrás y además eso de tener que saltar a otra dimensión a buscar otro proveedor no solo no le gustaba sino que además sentía que no tendría fuerzas. Tomó lo que le dio, le pasó los créditos convenidos y buscó un lugar adecuado. Inyectó toda la jeringa de una a pesar de la advertencia.
—O’o de a po’o, es muy fue’te.
Perdió la visión, la sintió caer por una de sus orejas. Luego perdió la audición, pudo palparla mientras se le escurría por una lágrima demasiado rara para ser suya, hasta que entendió que ella salía de ese lagrimal inhumano que todos esconden para no llorar. Así, lagrimeaba por su tercer ojo cuando expulsó al hemisferio izquierdo a través de un estornudo. Él era como todos: alérgico, alérgico a su propia divinidad. Quiso retener el hemisferio derecho con un pañuelo, pero no pudo. —¡Q´poq´día! —dijo.

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