Nadie
imaginaba las historias que se tejían en aquel monasterio incrustado
en las oscuras montañas de aquel lugar lleno de una magia especial,
extraño por demás. El superior que dirigía el lugar era un monje
anciano, de rostro cincelado por él más grande escultor de todos
los tiempos, de mirada penetrante y andar pausado, tanto que daba la
impresión de que andaba siempre en las nubes, pero meditaba, rezaba
y se flagelaba. El nombre del superior se perdía en la noche de los
tiempos, aunque todos lo llamaban Mahatma. Era habitual que acudieran
personas de los pueblos cercanos para pedirle consejo a Mahatma;
también llegaban viajeros de tierras lejanas. Tanto como puede serlo
el que se presentó el día que nos ocupa en este relato.
—Usted
no es de este planeta —afirmó Mahatma nada más verlo.
—Tiene
razón. Vengo de un lugar ubicado a centenares de años luz de la
Tierra; busco su sabiduría. Quiero conocer el sentido de la vida.
—El
sentido de la vida es un círculo.
El
viajero se quedó un tanto perplejo.
—¿Un
círculo? ¿Eso es la mejor respuesta que tiene? ¿La figura
geométrica más obvia de todo el universo?
—¿Prefiere
un cuadrado?
—¿Ahora
cambia el significado de la vida?
—Si
no le gusta mi sabiduría, tengo otras.
—¡Encima
se roba una frase de Groucho Marx!
El
viajero se marchó enfurecido. Mahatma sacudió la cabeza y encendió
un habano mientras pensaba se acariciándose el bigote pintado: “los
que no entienden el humor, ¿cómo esperan entender la vida?”.
Acerca de los autores:
Maritza Álvarez
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