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miércoles, 16 de marzo de 2016

Las ranas - Coralito Calvi, Diana Bracamonte & María Brandt


Había tres casillas en toda la manzana; el barro y el frío eran moneda corriente. Los dos eran jóvenes y tenían un bebé. Él no quería trabajar bajo patrón, pero era industrioso y manso. Estaba cavando el pozo para las aguas servidas y llovió dos semanas, así que se detuvo. Cuando dejó de llover se había llenado de ranas, a las que inmediatamente vio como alimento, que siempre escaseaba. Bajó el metro y medio con una bolsa, se hincó con el barro hasta los tobillos y comenzó a ponerlas en el saco, afirmó la escalera y salió. Entró a la casilla y buscó un balde; las tiró dentro. Su mujer se acercó:
—Habrá que ponerles agua hasta saber qué hacer. —Las miraba con recelo. Y él, muy perspicaz, se dio cuenta: 
—¿Qué pasa Juana? 
—No sé si me animo a cocinarlas y comerlas…
—Tomalo como un regalo del barba. 
—Ta bien. Las hago después de la leche del Julito.
 “¿Se acuerda dios de los pobres? En vez de estos bichos, nos podría mandar unos ravioles con pollo, bien sabrosos” murmura, mientras le echa agua a las ranas, y tapa el balde, para que no huyan. La Juana sueña con un mantel, unas copas de vidrio, de las finas, y un pan recién sacado del horno. El crío, dormido, sueña en colores. ¿Y las ranas? Las ranas croan o rezan.

Acerca de las autoras:
María Brandt

viernes, 18 de septiembre de 2015

Apolonio y el rayo - Marcelo Sosa, Coralito Calvi & Diana Bracamonte


Aquella tarde de verano, el cielo se desplomó en un abrir y cerrar de ojos. Las jaulas y los tramperos pesaban demasiado bajo la lluvia y caminar por el barro se había tornado una misión casi imposible. Tambaleándose como un borracho, Apolonio mascullaba sus anatemas de hombre telúrico y simplón. De repente, un ruido espantoso le paralizó el cuerpo, una luz enceguecedora se expandió por el lugar y un fuego infernal impactó en su espalda quemándole hasta el alma. No se dio cuenta en qué momento el dolor cesó, y girando su cabeza cual búho, visualizó el resultado: pasto negro, humeando, un árbol mutilado y… ¡él! Su propio cuerpo malherido yacía con los pertrechos alrededor, castigados por el aguacero. Como ráfaga se aferró a su cadáver y se infiltró en él sin esfuerzo alguno. Recogió sus cosas y se desplazó hacia el rancho, como Jesús sobre las aguas. A resguardo, mientras tomaba unos mates, se percató de lo sucedido pero solo pudo recordar al hijo que se había ido hacía ya cinco años y del que nada sabía… Se acordó de su finadita hija, que se fue con el angelito en la panza, después de que los cuatreros la dejaron maltrecha y hubiera deseado en ese momento que Cata, su mujer, le alcanzara una caricia, pero la helada no solo se llevó la cosecha… Entonces se levantó y retornó por el camino, se tiró en el pasto que aún humeaba y se volvió carbón.

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