domingo, 6 de septiembre de 2015

Prostituta - Omar Chapi, Ada Inés Lerner & Fabián Eduardo Rafael


Ana subió las escaleras, entró a la habitación, se quitó la ropa, se duchó y salió vistiendo un conjunto de lencería fina. La aguardaba un hombre de mediana edad para el que hizo “pole dance”, mientras él seguía cada uno de sus movimientos recostado sobre la cama. Era esbelta, hermosa. La multinacional Orient Industry la había hecho perfecta, con una piel sintética tan suave que no se notaba la diferencia con una mujer humana. ¡Y parecía tan joven! De hecho lo era; solo hacía seis meses que la empresa la despachara desde la planta de Seongnam, cerca de Seul, junto con otras siete, para satisfacer el pedido de Demetrio Fortacci, el más reputado gigoló de Guayaquil. La belleza y dulzura de Ana impedían que los clientes sospecharan de su condición cibernética; además, la sensualidad con la que ofrecía sus servicios terminaron por convencer al usuario de que, si bien el costo del encuentro era muy elevado, su voluptuosidad, dedicación y entrega sin retaceos hacían que valiera la pena. 
—Vení, me estás enloqueciendo. —El sujeto la tumbó sobre la cama, y sin más trámite la penetró con fuerza, en busca de ese deleite que retribuyera lo pagado. Ana lo cubrió con su cuerpo y él se apoderó de los pechos... pero algo terrible estaba por suceder. 
—Esperá, no me siento bien —dijo Ana, pero él la penetró con mayor fuerza—. No, por favor, me hizo mal la bebida que tomé en el bar. 
—Nada de excusas. —El hombre no quería comprender razones—. Pagué para recibir el máximo placer posible. 
Enceguecido, ni siquiera escuchó las palabras de Ana. Ella había bebido ajenjo, una bebida que no puede ser neutralizada por el cyber organismo de una femoide, y como consecuencia de ello, en lugar del primer orgasmo de la serie programada, se produjo un cortocircuito que la dejó inmóvil. 
—¡Qué hiciste, perra! ¡No puedo moverlo! ¡Mi miembro quedó atorado entre tus piernas inertes! ¡Quiero que me sueltes! ¡Quiero mi dinero de vuelta!
Ana, perdido todo control sobre su cuerpo, no pudo contestarle. Y en medio del forcejeo, hubo un chispazo que terminó de enloquecer al hombre.
Como respuesta a la emergencia, saltaron las alarmas en la sala de monitoreo del prostíbulo de  Demetrio Fortacci. Los técnicos cibernéticos y los médicos corrieron al rescate. Pero ya era tarde. 
El cliente, tras el shock nervioso sufrido, estaba en medio de un colapso cardíaco por la obstrucción circulatoria genital. Los especialistas comprobaron los signos vitales.
—La prioridad es separarlo de la femoide —dijo Demetrio; todos estuvieron de acuerdo.  
—Para evitar mayores contratiempos —dijo el cibernético jefe— quitaremos las baterías de la femoide, así los médicos podrán trabajar tranquilos.  
—Debemos actuar. —El anestesista lanzó una carga monstruo de Pentotal Plus en el sistema circulatorio del cliente y el cirujano cortó el miembro mientras los cardiólogos se ocupaban del corazón. Las cirugías exigidas por la compañía de seguros fueron exitosas, pero el frustrado cliente no sobrevivió. 
—Este ya no volverá a las andadas —dijo el cirujano.
—Perdí a uno de mis mejores clientes —se quejó Demetrio— y una mina diez puntos. 
Ana, espera la reparación, desguazada en un estante del taller, pero todo el mundo sabe que no vale la pena perder el tiempo con una unidad averiada. Y en resumidas cuentas, ¿a quién le importa una femoide más o menos? La garantía estaba vigente y el gigoló no solo obtuvo una nueva femoide sino que, además, Orient Industry, lo resarció con una suculenta indemnización.

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