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lunes, 12 de octubre de 2015

Partículas - Graciela Yaracci, Héctor Ranea & Sergio Gaut vel Hartman


—Puedo pasar por el ojo de una aguja —dijo Lurffer con la mayor seriedad. Él y Hugo Hurley se hallaban en los sótanos del laboratorio de mecánica cuántica de la universidad de Sidetown, una ciudad de la región agrícola de los Subwests, que había sorprendido al mundo científico gracias al descubrimiento del ictión, la partícula de carga neutra que se comportaba más erráticamente de lo esperado.
—Espero que lo demuestres —replicó Hugo con acritud. Y Lurffer no se hizo rogar.
Lurffer tomó una de las pipetas esterilizadas, agregó la medida justa de una sustancia lilácea y radioactiva; dos gotas de periplopeno cayeron también en el recipiente. Por último tomó el frasco de ictión, lo destapó y observó el humo rosado que emergía de su interior. Puso una medida en la pipeta. Agitó suavemente y acercando el contenido a su boca, lo bebió de un trago. En pocos minutos Lurffer comenzó a estirarse hasta transformarse en hilo. Hurley quedó perplejo. ¿Volvería?
—Ahora mira cómo envuelvo al camello —le dijo a un desmayado Hurley, envolviendo a un camello que emergió de otro frasco con antiictiones. 
Sin explosión, saltó una hilera de agujas de modo que Lurffer, Odiseo redivivo, las enhebró a todas hecho camello.
—¡Ha pasado un camello por el ojo de cien agujas! —exclamó Hurley.
—¡Listo! He cumplido mi objetivo —dijo triunfante Lurffer—. Llegó un único rico al supuesto cielo. Fue el que pagó la tarifa oficial. 
Hurley tragó saliva, asustado.

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martes, 22 de septiembre de 2015

Cartas privadas - Luciano Doti, Graciela Yaracci & Ada Inés Lerner


Tonio frena el auto por un semáforo. Junto a la ventana de un pequeño bar está sentado un compañero de trabajo del que ignora hasta su nombre. Está con otro hombre, al que le aferra las manos apasionadamente. Este hecho le hace caer en la cuenta acerca de que todos los seres humanos, incluido él, tienen un mundo privadísimo que solo pertenece a cada quien; a partir de ahí recuerda que guarda secretamente unas cartas, algo que nadie más que él conoce. El semáforo da luz verde. Prosigue la marcha y enciende la radio. La música lo lleva a la cabaña que semana tras semana lo espera junto al lago. De un salto se baja del auto, corre hacia la puerta, gira la llave y se sumerge en sus recuerdos. Sube la escalera de soga colgante hacia el altillo. Allí, parado frente a ese depósito de trastos sin uso, se queda quieto frente a la caja donde guarda las cartas secretas. Esas cartas fueron escritas hace mucho por una chica que ya debe ser una señora. En el estado en que él la abandonó, no resulta difícil imaginar que habrá encontrado otro con quien continuar la vida. Tonio a veces se arrepiente. Piensa que tal vez debería haber tenido el coraje de quedarse con ella, criando ese hijo que jamás conoció, pero al que hoy, sin saber quién era, pudo ver tomando las manos de su compañero de trabajo.

Acerca de los autores:
Luciano Doti


domingo, 6 de septiembre de 2015

El terapeuta - Graciela Yaracci, Luciano Doti & Ada Inés Lerner


Está recostada en el diván. La miro. Una de las piernas cae sobre la otra que permanece doblada y quieta. Habla mirando al techo. Tal vez lo está perforando y la mirada se escapa al infinito. A veces pienso que no recuerda que estoy sentado en el sillón de enfrente, que le grita a la vida desde los ojos. 
—Yo lo maté. Ésa es la verdad, doctor. Yo lo maté. 
—Lucía, ¿qué te lleva a sentir que eres culpable? —No me contesta y juega con la cadenita que tiene en el tobillo, cruza y descruza las piernas, lleva minifalda. Aún no comencé a trabajar la transferencia y la dejo seguir con el juego—. Lucía, no me contestaste. 
—No, no lo tengo claro, es lo que siento —ahora sí se da vuelta y me mira. 
—Sería importante que dijeras algo, de modo de poder abordar el tema desde algún lugar —hago una pausa—. ¿Qué estás pensando ahora? 
—Yo lo abandoné y él… 
—Según me contaste los dos decidieron separarse.
—Debí suponer que en la separación el que más perdía era él. 
“Pavada de ego”, pienso; pero en esta etapa tengo que dejar que la paciente exprese lo que ella cree, no es conveniente que haga ninguna intervención que pudiera reprimirla.
Ahora se queda en silencio, sin mirarme. Aprovecho para mirarla yo, y me doy cuenta de algo: si esta mujer abandonara la terapia, también podría matarme a mí.

Acerca de los autores:
Luciano Doti