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miércoles, 25 de noviembre de 2015

Tortuga – Diego Alejandro Majluff, Mariángeles Abelli Bonardi & Félix Díaz



Cuando empezó el otoño, las hormigas invadieron el patio e hicieron caminos alrededor de los canteros. Después devoraron la higuera y la rosa (ese fue el proceso más triste porque destruyeron la belleza del jardín). Y como si fuera poco, en invierno, entre todas las hormigas me sacaron dormida del caparazón y me dejaron desnuda bajo la clavelina china. Pero no soy la única despojada de vivienda. Los caracoles han sido obligados a desprenderse de su hogar y los bichos canastos amanecieron destejidos. Nos hemos pasado el día deambulando por el patio, buscando desesperadamente con qué cubrir los pudores. Los caracoles se las han podido arreglar con las tapas de gaseosa que encontraron tiradas, y los bichos canastos recurrieron a las arañas y su consumada habilidad tejedora. Yo, en cambio, no he sido tan afortunada. Los gajos de la pelota de fútbol que los chicos reventaron a patadas apenas me cubren, y de noche hace mucho frío. No he tenido más remedio que entrar en la casa. Los humanos se han ido, creo que al cine. He hallado una caja de cartón, cuyo interior sabe a leche, pero es muy débil. Tras seguir buscando, creo haber encontrado lo que necesito. Es una cajita muy mona, con cosas dentro que he tirado por ahí. Nunca he comprendido el gusto de los humanos por esas piedras brillantes y esos aros dorados. Pero la cajita me queda bien.

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sábado, 24 de octubre de 2015

Estudio sobre la impuntualidad – Diego Alejandro Majluff, Alejandro Bentivoglio & Carlos Enrique Saldívar


El relojero Remigio Bartolucci sostiene que el problema de la impuntualidad es de índole mecánico. Condenados los hombres a vivir bajo el yugo del tiempo y, más aún, de quién constata su transcurso: el reloj, aduce este relojero una acumulación de holgazanería del sistema de engranajes entre los segundos cincuenta y nueve y cero, dado que ahí, en ese instante, se une el agotamiento de la instancia final con la incertidumbre de un tiempo vacío. Sus argumentos suelen ser bien recibidos las primeras dos o tres veces, pero ya cuando Bartolucci llega cuatro horas tarde, un día de lluvia, no hay nada que le valga y los ánimos se caldean a punto que no ha faltado oportunidad en la que el relojero ha sido corrido a punta de pistola mientras gritaba cosas sobre el espacio tiempo y trataba de refugiarse en cualquier cosa que le sirviese de improvisada trinchera. Sus afirmaciones, irrefutables, quedan silenciadas por el tronar intempestivo de un pistoletazo. No obstante, el relojero sobrevive, aunque tarda años en recuperarse. Una hermosa enfermera florentina ha cuidado de él; Remigio se ha enamorado y eso le brinda ganas de vivir. Luego analiza el asunto fríamente, la flojera del sistema de engranajes provocó que llegase demorado a su conferencia; el enemigo posee consciencia y es peligroso. Cuando Bartolucci llega ocho horas tarde a su propia boda, comprende que nunca derrotará al engendro mecánico que provoca la impuntualidad, que nadie nunca podrá.

Acerca de los autores:
Carlos Enrique Saldivar
Alejandro Bentivoglio
Diego Alejandro Majluff

viernes, 16 de octubre de 2015

Súbita ira - Carlos Enrique Saldívar, Diego Alejandro Majluff & Alejandro Bentivoglio


No soy una persona sensible, pero hay algunas cosas que me alteran, ciertas actitudes. Quizá por eso no tengo amigos, pareja o una familia; la soledad me deprime, pero ¿acaso es culpa mía? Me altera, por ejemplo, el hecho de que se rían de mí; cuando aquello ocurre, se produce una electricidad en mi cuerpo, la cual me enloquece y me impele a agredir a la persona que me acompaña. Esta noche he excedido mi furia, he matado a Carolina de una patada, de una descarga eléctrica. Juro que no he querido cometer tal atrocidad. Ruego comprensión, y compasión, para éste sujeto impulsivo, excéntrico y desgraciadamente –en los últimos tiempos– enamorado. ¿Serán los seres víctimas del amor capaces de perdonarme? Porque mi corazón, poderoso generador eléctrico, mantenía viva la luz de la pasión. Bella Carolina, perdona mi arrebato. Querido pueblo que me viste nacer, detrás de las rejas no puedo abastecer de energía a vuestros hogares. Piadosa policía, sin mujer qué puedo hacer. Tampoco es mi culpa que vayan a colgar a otro porque yo tengo influencias en todo el pueblo y nadie se atreva a hacer nada contra mí. ¿Pueden tener misericordia de mí? Ni siquiera seré culpable cuando me sienta arrebatado por la pena y vaya al cementerio a profanar el cadáver de mi amada. Porque eso es el amor. ¿O acaso son tan descorazonados? Qué es la descomposición y la tierra, sino una sensibilidad que ahora nace.

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miércoles, 30 de septiembre de 2015

Los relojes miau miau - Mariángeles Abelli Bonardi, Diego Alejandro Majluff & Julia Pateiro


La señora M. mantenía el mismo hobby que su marido tuviera en vida: la colección de relojes cucú. Y su mascota, el gato Silvestre, acechaba constantemente con entrar al salón de la colección. La viuda tenía el cuidado de mantener cerrada la puerta, pero el gato, que era muy hábil en el ejercicio de las mañas, sabía que en cierto momento del día los relojes cucú sonaban doce veces y había observado que entonces, la anciana tenía el hábito diario de ir a darles cuerda. 
Se acercaba otro mediodía. La mujer se ocupaba en preparar el almuerzo, y el gato fingía dormir. Los relojes sonaron. Cuando la señora M. les daba cuerda, un estruendo de cacerolas y un maullido estremecedor la sorprendieron desde la cocina. Alarmada y con apuro por saber qué había pasado, abandonó el recinto pero olvidó cerrar la puerta. Silvestre había conseguido su oportunidad para escabullirse. Con pasos de seda, relamiéndose de antemano, se acercó a la repisa que exhibía los relojes y saltó sobre ellos. 
La señora M. terminó de ordenar la cocina. Al notar la ausencia del gato, entendió por qué no se oía el habitual coro de cucúes. Despavorida, corrió al salón: había martillitos en el suelo y, en cada reloj, un diminuto Silvestre ocupaba el lugar que fuera del ave.  A lo lejos, por la ventana abierta, una bandada saboreaba la libertad. 

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Julia Pateiro

martes, 22 de septiembre de 2015

Extraño guía - Alejandro Bentivoglio, Carlos Enrique Saldivar & Diego Alejandro Majluff


En la calle un hombre me pide que lo siga. No sé por qué, pero acepto. Me conduce a un edificio al que entramos sin usar ninguna llave. La puerta permanece abierta y el botones no nos presta atención. Caminamos por pasillos y escaleras y de vez en cuando nos cruzamos con alguien que nos observa con desconfianza pero que no nos dice nada. Yo tampoco estoy seguro de qué hacemos acá y sospecho que mi guía solo está deambulando. No obstante, mis dudas se disipan cuando el hombre comienza a avanzar con seguridad por las escaleras. Pronto llegamos a la terraza y nos dirigimos al borde. Ambos miramos a la calle, son muchos pisos y una caída sería irremisiblemente fatal. Empiezo a llenarme de miedo, pero el sujeto me dice que yo he aceptado seguirlo, y enseguida se lanza al vacío. Observo el cuerpo destrozado en la vereda, el tumulto de gente. Me subo al borde de la azotea y un impulso me obliga a arrojarme también al precipicio. No existe la razón, solo la acción. Como parte de un plan sistemático, mi espionaje literario ha finalizado. “Nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar”, recorre mi memoria. Toda la literatura universal ha sido absorbida por nosotros. El realismo mágico fue mi última captura, y con “El drama del desencantado” doy fin a mi transmisión a los aliados antes de estallar en el suelo.

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