domingo, 1 de noviembre de 2015

Malos olores - María Elena Lorenzin, Julia Pateiro & Sergio Gaut vel Hartman


Por aquella estación suburbana, armada con unos pocos tablones mal unidos, pasaba un tren muy de vez en cuando, lo que no era un obstáculo para que el tonto Paniagua dejara morir las horas esperando la formación, que casi nunca se detenía. Y tantas horas muertas terminaron pasando factura, porque el hedor de la descomposición, en especial el penetrante olor de los minutos, alcanzó las escasas viviendas de Paso de la Virgen y enfermó a los habitantes del lugar, que no tardaron en señalar a Paniagua como el paciente cero del brote, aunque no manifestara síntoma alguno de la endemia.
Un día, Paniagua dormitaba la siesta en el banco de la estación, bajo la imagen de la protectora del pueblo, cuando un ruido que le acercó la brisa lo espabiló. Lejos aún, vio la locomotora. Qué raro, pensó, sin inquietarse, y volvió a cerrar los ojos, con la certeza de que, como de costumbre, la formación no se detendría. Sin embargo, esta vez el tren frenó junto al andén, aunque sin pasajeros a la vista. Cuando abrió los ojos, Paniagua se acercó a las vías y husmeó por una de las ventanillas. Nunca nadie en el pueblo pudo precisar lo que el tonto vio aquel día, pero dicen los que entienden de estas cosas que sentada en uno de los asientos viajaba una semana bella y fragante, y que gracias a esa visión Paniagua, enamorado, no volvió a matar el tiempo.




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